Nuestro hogar en común: La Tierra

Me gustaría decir algo sobre el hogar común en el que todos nos incluimos.

¿Dónde se halla?

En la Tierra, sólo en la Tierra.

Allá donde nos desconectamos de la Tierra y despegamos nuestros pies de ella perdemos nuestro sustrato y sostén, los poderes que fundamentan y gobiernan la Tierra en cada uno de sus niveles.

Sobre la Tierra, todo y todos estamos en resonancia con el todo y con todos. Conectados con la tierra de esta manera, podemos mirar al resto de la gente y al mundo como son y como es, con amor, pudiendo de esta manera asentir al mundo como es y a la tierra como es, y al futuro de la Tierra como se nos vendrá dado con el paso del tiempo, con confianza.

La Tierra se encuentra siempre en imparable movimiento – y no sólo con respecto al Sol – sino especialmente en lo que respecta al proceso y a los progresos de la humanidad.

Algunos piensan que el progreso es peligroso para la Tierra. Con ese pensamiento precisamente se están separando ellos mismos de los movimientos de la Tierra como se dan, siendo su imagen en el momento de su afirmación una imagen conformada por lo que sería presumiblemente mejor para la Tierra. Los que lo dicen no están en contacto con la Tierra, ni con la gente ni con los descubrimientos y desarrollos que sostienen la vida de la humanidad en nuestros tiempos.

¿Cuáles son las consecuencias de este pensamiento, las consecuencias de pensar que todo progreso es nocivo? Podemos observar que en varios países y contextos se intenta regresar al pasado para recuperar los modos de los viejos tiempos, tiempos en los que, por cierto, la gente moría desgraciadamente o era diezmada por las guerras.

En el momento en que aprendemos a confiar en los movimientos, en los procesos y en el progreso de la Tierra exactamente como son: ¿cuál es el efecto?

El resultado es que dejamos atrás nuestras ideas de lo que sería mejor para la Tierra para pasar a movernos conjuntamente con el movimiento de la Tierra, de manera humilde, amando a la Tierra como es, pues sólo en la Tierra y con la Tierra encontramos felicidad y plenitud.

El trabajo que hemos experimentado en este seminario está también al servicio de la Tierra, al servicio de la vida de la Tierra y de toda vida sobre ella.

En este sentido podemos cooperar con otros movimientos que se encuentran al servicio de la Tierra. Entonces dejamos ir todas nuestras ideas de lo que supone lo mejor para otra gente, y nosotros mismos hacemos algo, dejando hacer a los demás, aprendiendo de los errores, nosotros de los nuestros y los demás de los suyos, por una simple razón:

El progreso – el progreso creativo – surge y se basa en los errores, o, más exactamente, sobre todo en lo que resulta incompleto. Sólo si permitimos dejar estar a lo incompleto podemos mejorarlo en un movimiento creativo, de modo que si llevamos esta máxima a nosotros mismos – la observación de que somos incompletos – impulsaremos nuestra propia creatividad y relativizaremos nuestra realidad.

Pues, sintiéndonos incompletos, seremos capaces de percibir nuestros movimientos hacia adelante y de sentirnos congregados en una comunidad mayor, la de los que están comprometidos con la vida y permanecen en el amor.

Bert Hellinger

Nuestra tierra madre, nuestro país

El país del que procedemos – nuestra patria y nuestra nación – forman parte de nuestro destino, estando en este sentido – país y destino -, íntimamente unidos con nuestra madre.
Nuestra patria es, para nosotros, como nuestra madre.

Recibimos algo esencial de nuestro país y ello nos genera una obligación hacia él. Pues, al igual que en el resto de nuestras relaciones, debe darse un equilibrio entre el dar y el recibir.

A lo largo de nuestras vidas se nos van otorgando numerosos presentes por parte de nuestro país: nuestra educación, la cultura que nos sustenta y el idioma que usamos, nuestra lengua… Por todo ello sentimos que tenemos que devolverle algo, devolver algo a nuestro país, y esto lo hacemos poniéndonos a su servicio de diferentes maneras.

A veces, nuestro país vive conflictos o se ve atravesado por dificultades como las que hemos visto en Croacia, Serbia, Bosnia o Albania en Europa. Estos países han pasado por momentos muy delicados, tantos que su gente tuvo que verse obligada a huir o a marcharse hacia otros lugares. En este sentido, y, al mismo tiempo, se vieron en la tesitura de negrse a compartir el destino que le había tocado a su nación. ¿Cómo repercute todo ello en la historia y el devenir de un país? Sencillamente, haciéndole perder su fuerza y sus capacidades para avanzar hacia adelante y superar las dificultades del pasado.

Es así que, al dejar detenida toda su capacitación, y, al retirar las aptitudes que hubieran impulsado la prosperidad en su propia tierra, podemos observar cómo muchos de los ciudadanos de estos países acaban rechazando al mismo tiempo el servicio que podrían prestar al país que les acoge.

De manera que, tanto en el país de proveniencia como en el de acogida, permanecen en una actitud de: Tomo sin dar nada a cambio.

Y esto lo he observado asimismo en enfermedades de gente inmigrante. El sentido oculto es: Huyo de las obligaciones de mi lugar. En muchos casos, el regreso de la persona a su lugar de origen supone la curación de su enfermedad.

Es verdad que mucha gente se ve obligada a abandonar sus países y a buscar refugio en otros por motivos graves. No lo cuestiono. En este caso, deben ganarse el derecho a ser acogidos y quedarse con todos los beneficios del nuevo lugar a través de su preparación y disposición de servir al país anfitrión.

Esto lo podemos aplicar por extensión al mundo de los negocios:

Una empresa permanece segura si – aun con inversión e intervención en el extranjero – permanece vinculada a su país de origen, sirviendo con sus beneficios a la prosperidad del mismo. Ésta es la prioridad: para afianzar los objetivos y resultados de la empresa resulta fundamental que los pilares de ésta permanezcan enraizados en su madre patria.

Algunos piensan que pueden abandonar su país con la idea de hallar fortuna fuera de él. Esto es indisoluble de la relación que tengan con su madre. Supone la misma pérdida y el mismo origen: si hemos perdido a nuestra madre, perderemos a nuestra patria, y, si recuperamos la relación con nuestra madre, recuperaremos la relación con nuestro país. En él estamos seguros, en sus parajes, en sus lugares… allí reside el mayor sostén y fuerza para nosotros.

¿Qué sucede entonces si una compañía decide establecerse en un país en el que la producción supone menores costes?

De alguna manera es como si esta empresa abandonase su patria. Por otro lado, las empresas sirven también al país donde se establecen, y esto en absoluto lo juzgo. Si en nuestros corazones permanecemos conectados con nuestra tierra madre al tiempo que expandimos nuestro servicio a otros lugares del extranjero, entramos en un movimiento más amplio de globalización por el que diferentes países desarrollan vínculos estrechos que parecían imposibles hasta no hace mucho tiempo. En este sentido, considero la globalización como un movimiento en pro del beneficio de muchos, más allá del de nuestro país de origen, y orientado a una comunidad mayor.

El generoso

El generoso desborda. Da más de lo que los otros esperan de él, sin esperar nada de ellos. Generosidad es asentimiento, asentimiento puro.

Cuando somos generosos, dejamos de lado muchas cosas. ¿Para qué la estrechez y la mezquindad? Al generoso eso no le incumbe. Se mantiene a distancia, consigo mismo.

El generoso ha dejado mucho tras de sí, especialmente las grandes pretensiones. Se adapta a las circunstancias, sin darle mayor importancia a las limitaciones.

Generoso es, sobre todo, el Espíritu. Vivimos su asentimiento y afecto hacia nosotros como algo generoso. El Espíritu no necesita llevar la cuenta. Su movimiento es siempre continuo, pasa inmediatamente a lo próximo. Es extenso y amplio. Tiene en su mirada la grandeza y lo esencial. Así lo sentimos cuando nos toma y estamos en sintonía con su movimiento.

El generoso deja al pasado ser pasado, sin detenerse en él. La grandeza mira hacia adelante con coraje, porque para nosotros todo lo grande está adelante.

La generosidad nace en la comprensión de que sólo lo grande importa, sobre todo el Gran Amor. Ser generoso significa también ser grande de corazón. El amor de corazón grande deja que el pasado pase. Ama hacia adelante, hacia el futuro, generosamente.

El generoso se mantiene en recogimiento hacia lo mucho y lo amplio. Al ir al unísono con el movimiento hacia adelante, se somete a él en todo momento. Es sostenido por él y por él es llevado.

El corazón del generoso late sereno, generosamente sereno.

Bert Hellinger (2008), MÍSTICA COTIDIANA. CAMINOS DE EXPERIENCIAS ESPIRITUALES. pp. 108-109.

El dinero

El dinero es algo espiritual. En él está guardada la energía de un trabajo, un trabajo meritorio.

Cuanto más alto es el servicio que se ha prestado (el trabajo) por una suma determinada de dinero, mayor es la energía que ese dinero guarda.

El dinero guardado arduamente, con mucho esfuerzo, posee la máxima energía. Es usado de la forma más ahorrativa y es valorado al máximo.

El dinero fácil, o sea, el dinero logrado sin el trabajo equivalente, posee poca energía, por no hablar del dinero obtenido con injusticia o engaño. Por eso no se queda. Quiere ir a otro sitio. Y por eso se puede decir que el dinero tiene un lado espiritual, incluso un alma.

El dinero se siente mejor – así es mi imagen – en la alcancía. Aguarda y espera a ser usado. En general, el dinero se siente bien al ser usado, al ser usado cuidadosamente por un valor correspondiente y un trabajo correspondiente. Ésta es la mejor manera y la más bella en que desarrolla su energía, y, por qué no decirlo, su espíritu.

El que tiene un dinero en la mano, también tienen en la mano el trabajo de una persona. A menudo su sudor, su sangre y sus lágrimas. De ahí que deba manejarlo más cuidadosamente. Ese cuidado lo une con quienes lo han ganado, con respeto y amor.

Así es como comprendemos lo espiritual que es el dinero. Con el movimiento del Espíritu estamos asintiendo a quienes a través de su trabajo nos posibilitan usarlo y también a quienes pagamos por su trabajo correspondiente.

Espiritualmente comprendemos el dinero cuando lo vemos en movimiento, y, cuando en sintonía con este movimiento, lo exigimos, lo tomamos y lo pasamos a otra persona. El dinero está al servicio del amor, al servicio del amor del Espíritu. Es amor que fluye.

Con esto, ¿hice justicia realmente al espíritu del dinero? También es poder y arma, bendición y maldición. Donde aparece con poder en exceso, ¿qué se evidencia como fuerza real que lo mueve? ¿Son quienes lo poseen, o es el dinero el que los mueve a ellos?

La pregunta es: si el dinero mueve a quienes lo tienen, ¿quién mueve entonces al dinero? También en esto se demuestra que el dinero es algo espiritual.

También el pobre tiene que respetar el dinero. Tiene que respetarlo como algo espiritual, en sintonía con un movimiento del Espíritu. ¿Cómo? También con amor.

Bert Hellinger (2008), MÍSTICA COTIDIANA, CAMINOS DE EXPERIENCIAS ESPIRITUALES,

La Taquicardia

Quiero decir algo desde mi experiencia de la taquicardia.

El corazón va galopando detrás de alguien por el que no tenemos permiso, no porque no lo queramos sino por estar prohibido y por imágenes internas propias.

Cuando vamos al nivel de los movimientos del espíritu, un movimiento dirigido hacia todos en igual medida, tanto hacia aquellos con los que nos sentimos culpables como hacia aquellos que se sienten culpables con respecto a nosotros, hay una señal inequívoca, en el cuerpo, que nos dice si estamos en ese movimiento dedicado a todos por igual, a todo tal como es, o si nos defendemos de ello. Eso es un movimiento del corazón. En sintonía con ese movimiento dedicado a todos de manera igual, nuestro corazón late con calma, lento, relajado, en sintonía.

Cuando nos alejamos del movimiento del espíritu, el corazón lo percibe de inmediato. Existe una buena consciencia espiritual cuando estamos en armonía con este amor. Esto se revela en el latido del corazón. Si nos alejamos de este movimiento, por ejemplo sintiéndonos mejor que otros, o incluso tal vez secretamente deseando el mal al otro, el corazón sale de su ritmo. La taquicardia, en el sentido negativo, se convierte en el ángel que nos anuncia algo bueno, un ángel que nos dice: todo es amado de la misma manera.

¡El ángel de la revelación era un ángel con «sex apeal»! Su resultado fue una concepción…

Bert Helliger, Barcelona, II Entrenamiento Intensivo, septiembre 2009

La coacción

La coacción viene de fuera. Coaccionando, pienso y hago algo que me repugna en lo más profundo. No puedo estar en consonancia con lo que pienso y hago bajo coacción. Por eso bajo coacción no pienso realmente lo que pienso. Me adapto por el miedo al rechazo o al castigo a otro pensamiento que no procede de mí. Secretamente pienso otra cosa, pero no lo muestro.

Lo mismo vale del actuar bajo coacción. Bajo coacción actúo a contrapelo. A veces impido algo que he de hacer bajo coacción y cometo los errores correspondientes.

La coacción procede a menudo menos de fuera que de dentro. ¿Qué ejerce sobre mí la mayor coacción? El miedo a perder la pertenencia a un grupo importante para mí. Por eso, como coaccionado, lo hago todo para mantener y asegurar mi pertenencia a ese grupo.

Ese temor está interiorizado, y esa coacción también. A menudo tienen poco que ver con la realidad actual. El miedo y la coacción vienen de una imagen interior y esa imagen interior los sostiene y mantiene. Por eso los timoratos temen sobre todo sus imágenes. A menudo estás imágenes se ocultan tras la excusa de ser recuerdos. Pero no hay recuerdos, sólo hay imágenes de ellos.

¿Cómo no sustraemos a esos temores y a las coacciones unidas a ellos? Nos retiramos en todos los aspectos de nosotros mismos y nos quedamos con lo que se muestra en el instante. En cuanto algo del presente nos atemoriza y nos coacciona, comparamos lo que percibimos fuera con esas imágenes.

El modo más sencillo de hacerlo es si miramos primero nuestras imágenes interiores y luego a las personas con las que tenemos que ver en el momento. Después nos permitimos otras imágenes de ellos, por ejemplo imágenes benevolentes, y observamos qué cambia en nosotros y en ellos. Al mismo tiempo permanecemos en nosotros. Es decir que no damos a otras personas la oportunidad de hacerse de nosotros una imagen que justifique nuestras imágenes de ellos. Nos mantenemos concentrados en el asunto que se trata en el momento. Eso también las obliga a ellas a concentrarse en el asunto y, por lo tanto, en sí mismas.

Nos libramos del miedo y de esas coacciones si renunciamos a expectativas que vayan más allá de un asunto común y de lo adecuado y necesario para él. Con eso las obligamos a permanecer también en nuestro asunto común, sin plantearnos expectativas más allá de él o a poner exigencias que afectan nuestro asunto común más que fomentarlo.

De repente estamos libres unos de otros, los otros de nosotros y nosotros de los otros, sin temores ni coacciones. Somos libres de pensar lo que realmente pensamos porque nos lo reservamos para nosotros. Tampoco queremos saber lo que piensan ellos. Así podemos quedarnos con nosotros y ellos consigo. Ni nosotros hemos de tener miedo de ellos, ni ellos de nosotros. Por eso ni nosotros ejercemos una coacción sobre ellos, ni ellos sobre nosotros.

¿Cómo superamos más fácilmente, pues, el temor y la coacción ligada a él? Con pensamientos claros y con pensamientos de amor. Porque los pensamientos de amor son siempre pensamientos claros. Al mismo tiempo dejamos ir. Soltamos a los demás respetando lo propio de ellos, sin intervenir desde nosotros en lo propio de ellos. Al mismo tiempo respetamos lo nuestro propio. Lo retiramos de las expectativas y exigencias de los demás, y nos libramos así de ellos, libres del temor.

Extracto de “Pensamientos de realización”, Bert HELLINGER Ed. Rigden, 2009

La Ecuanimidad

“Ecuanimidad significa que tengo el mismo ánimo para cosas diferentes. Significa también que me es igual qué reclama mi ánimo. Me enfrento a una cosa y otra con el mismo ánimo. Por eso ni prefiero lo uno a lo otro ni me aparto de lo uno o de lo otro. Regalo a ambos el mismo ánimo. Por eso no me intranquiliza ni lo uno ni lo otro. Ante ambos me mantengo recogido del mismo modo y en consonancia con ellos.

Alcanzo esta ecuanimidad si me encaro con todo de la misma manera. Terminan aquí las diferencias y lo desigual.

Gracias a la ecuanimidad permanezco recogido de manera apacible, porque nada puede desviarme ya de esa serenidad.

La ecuanimidad es un movimiento divino, y en ella se termina toda diferencia. Ya por el mero hecho de que la diferencia se interpondría entre su movimiento de amor a todo por igual.

En la ecuanimidad nos hacemos uno del modo más amplio con ese movimiento de amor, plácidamente uno, serenamente uno, ecuánimemente uno. En la ecuanimidad somos uno con lo divino.”

Bert Hellinger

Culpables

“Sólo podemos sentirnos culpables en nuestras relaciones de dar y tomar. Nuestros sentimientos de culpa regulan esas relaciones de una manera que conduce a un equilibrio entre dar y tomar. En esa medida sirven a la vida y también al amor.

Esa culpa actúa de modo ligero como sentimiento. Pasa en cuanto tomamos lo que nos es regalado y en cuanto damos, después de haber recibido algo de otros. Lo que hemos recibido de otros no nos deja en paz, porque nos sentimos acreedores de ellos hasta que les devolvemos algo a cambio. O si no se lo podemos devolver, lo transmitimos en su sentido y en consonancia con ellos. Entonces desaparecen de inmediato nuestros sentimientos de culpa y nos sentimos ligeros y libres. Es decir, que, en todo, ambos permanecen en el amor.

¿Pero qué pasa cuando no se alcanza un equilibrio? Por ejemplo, si le hemos hecho algo a alguien por lo que está enfadado con nosotros. O si alguien nos ha hecho algo por lo que estamos enfadados con él. En este caso empieza una lucha por el poder, por el predominio sobre el otro con la idea del derecho al desquite, donde uno es mejor, porque tiene razón, y el otro peor, porque no la tiene.

Pronto ambos tienen malos pensamientos y malos sentimientos. Esos sentimientos a menudo permanecen incluso cuando el otro ya ofrece una reparación. Porque cuesta entregarse a la igualdad y al amor entre los dos.

¿Dónde está aquí la solución? ¿Estamos dispuestos a renunciar a ese sentimiento de superioridad aparejado con el sentimiento de tener razón de manera que el otro pierda su sentimiento de culpa?

¿También a la inversa, por supuesto, cuando el otro renuncia a su sentimiento de superioridad y, con él, acaso incluso a su exigencia de reparación, si está dispuesto a volver a encontrarse con nosotros de persona a persona, igual a nosotros en todo, incluso con esa culpa?

Sólo si ambos se sienten igualmente humanos, igualmente justos e injustos, dependiendo igualmente el uno del otro e igualmente dispuestos para un futuro común puede volver a empezar el amor y con él el intercambio de dar y tomar. El intercambio con aquella culpa leve que enriquece a ambos. Esta culpa une donde la otra separa.

En el Padrenuestro se describe ese proceso aplicado aquí a nosotros los humanos de igual a igual: “Perdona mi culpa como yo también perdono la tuya. Entonces ambos vuelven a ser iguales también ante Dios.”

Bert Hellinger

La sobriedad

Está sobrio aquel cuyo entendimiento no está enturbiado, así como lo podemos observar con alguien bebido. Una pasión enturbia igualmente el entendimiento, como se ve en los enamorados. La creencia en algo que, aunque imposible de comprobar, nos provoca esperanzas o nos instila miedo, también nos enturbia el entendimiento, como lo haría por ejemplo una superstición.

Quedar presentes al entendimiento nos resulta difícil. Parece que necesitamos, para quedar sanos, salir de nosotros mismos, como cada noche en los sueños. Al despertar de ellos, nos sentimos mejor y podemos nuevamente enfrentarnos a la vida.

En el fondo, cada distracción y lo que se llama pasatiempos son un descanso de la sobriedad. Tal vez, mirándolo con sobriedad, es apropiado y beneficioso renunciar a la sobriedad en momentos dados.
Conectamos la sobriedad con el entendimiento. Sin embargo, el entendimiento sólo abarca una parte de la realidad. El impulso que nos arrastra, por ejemplo en el amor entre hombre y mujer, obedece a otras leyes que las de la razón sobria y, en los resultados no sólo es mayor y más satisfactorio sino que es más verdadero.

Sin embargo, las peores aberraciones, los actos más crueles, los experimentos más extravagantes son el resultado de ideas desquiciadas contra la razón. Sobre todo porque no podemos prever ni considerar los efectos de tales comportamientos.

Surge entonces la pregunta: ¿es la razón razonable razonablemente suficiente? O ¿se vuelve realmente razonable cuando otro elemento más entra en juego, un elemento que abarca más en su percepción que la sola razón?
Un elemento que encuentra vías que, aun siendo imprevisibles, son a pesar de todo, un guía hacia el objetivo. Lo que aquí debe entrar en el juego es el alma, un alma extensa.

¿Qué significa eso? Pues, que incluso nuestras decisiones supuestamente razonables se toman bajo la influencia de la discriminación entre el bien y el mal, así como la consciencia nos lo impone. Esto ocasiona mucho daño. No obstante, habiendo cruzado el linde de la consciencia, experimentamos otra fuerza que reúne, en un nivel más elevado y más abarcador, lo que se encuentra en oposición.

Sólo aquel que percibe los movimientos de esta alma y se deja guiar por ellos, alcanza aquella sobriedad que permite percibir y reconocer a los demás y a uno mismo, sus impulsos y sus sueños, dejándoles encontrar sus límites y ocupar su sitio en el conjunto.

Bert Hellinger

Apúrate Despacio

El tiempo corre, pero corre con tiempo. Siempre tiene tiempo, lo suficiente. Nosotros también tenemos tiempo si nos acompasamos a él.

¿Por qué nos apuramos? Porque pensamos que nuestro tiempo es contado. Y por el mismo motivo, impulsamos a otros a la prisa. ¿Qué pasa, en ese momento? El tiempo se nos va, a ellos y a nosotros.

El éxito viene con el tiempo y anda con el tiempo. ¿Con qué tiempo? Con aquel tiempo que tiene tiempo.

Todo aquello que crece desde su interior, tiene tiempo. Nada es más exitoso que lo que está creciendo y a lo que se le permite crecer. Su éxito está ya diseñado, y por lo tanto llega con toda seguridad, en su momento. A veces fuerzas externas se interponen y hunden su éxito, un vendaval por ejemplo. Con eso, puede que su momento haya pasado, para siempre. Entonces empieza el tiempo para otra cosa, en el momento justo.

Nuestro éxito obedece a las leyes del tiempo. Igual que el tiempo, camina para delante. Como éxito, continúa. De la misma manera que el tiempo se hace más con el tiempo, así le pasa a nuestro éxito. Ningún tiempo mira hacia atrás. Nosotros sí, a veces, pero nunca el tiempo. Él se renueva continuamente.

¿Qué hacemos cuando el tiempo aprieta? Preguntemos: ¿quién aprieta? Alguien, tal vez nosotros, cuando opinamos que el tiempo corre en contra de nosotros, a punto de abandonarnos, de dejarnos plantados si no lo cogemos de la mano. Sin embargo, el tiempo que apremia es raramente el tiempo correcto. Además, es siempre temporal.

Y justo cuando estamos con prisas, se atrasa. El tiempo pleno es lento. Es pausado y cuidadoso.

Decimos a veces: el tiempo es dinero. ¿Qué tipo de dinero? Hablamos y actuamos desde la idea de que cuanto más corto y reducido el tiempo, tanto más grande la ganancia. Con ella se nos regala más tiempo.

No queremos de ninguna manera perder nuestros logros en economía de tiempo. Pero uno se pregunta si estos logros nos conceden más ratos. ¿Experimentamos nuestro tiempo más largo o más corto con ellos? O tal vez sentimos nuestro tiempo tan repleto que anhelamos una pausa, un tiempo de recogimiento.

En ese tiempo recogido, la prisa termina. Es el tiempo creador. En él, volvemos a nosotros mismos, independientemente de cuánto apuramos a otros y ellos a nosotros, con prisa. En el centramiento, el tiempo se inmoviliza por un momento, en el instante presente. No obstante, sigue en movimiento. En otro movimiento, que nos lleva a otro instante presente, para algo que queda. El tiempo empujador nos pasa por el lado. Así como vino se va, sin que nada permanezca de él.

Sin embargo, lo que es mucho y lo que permanece tiene junto un efecto así como lo que empuja y lo que dura. Nos detenemos recogidos cuando asentimos incluso a lo apurado, ambos en su momento.

¿Se detiene también nuestro éxito? Nuestro éxito termina cuando nosotros nos detenemos en él. Porque él quiere ir más lejos, recogido, con tiempo, sirviendo, creciendo, en sintonía con lo que queda, con optimismo, más allá del tiempo, unido a lo eternamente nuevo.

Bert Hellinger