El amor ciego

Di una vez un curso en una escuela grande de México. Había allí un alumno, entre 12 y 14 años, su maestra y sus padres. El joven tenía dificultades con la escuela y ya no quería seguir estudiando. Coloqué pues, a la maestra, al lado de ella puse al muchacho y en frente, a los padres. Miré al joven y le dije: “Estás triste”. Le saltaron las lágrimas de los ojos y su madre también se echó a llorar. Se pudo ver en seguida que su tristeza tenía que ver con la madre. Pregunté a la madre: “¿Qué pasó en tu familia?” a lo que respondió ella:”Mi hermana melliza murió en el parto”. Fue el elemento decisivo, es algo que uno siente en seguida. Coloqué a un representante para la hermana melliza, un poco al costado, con la mirada hacia fuera y con la madre del joven a sus espaldas. Le pregunté a la madre cómo se sentía en ese lugar y contestó:”Aquí me siento bien”. Eso demuestra claramente que quiere seguir a su hermana en la muerte.

Luego la puse otra vez en su lugar inicial y coloqué al joven detrás de la hermana melliza. Le pregunté qué tal estaba y contestó:”Aquí me siento bien”. Le pregunté también a la madre cómo se sentía al ver al niño allí. Su respuesta:” Me siento mejor ahora”. Esto nos muestra que el niño estaba dispuesto a morirse en su lugar. A nadie le asombra que no quiera seguir estudiando. ¿Para qué, si su deseo era morirse? Esa era la situación.

Detrás de muchas enfermedades y problemas de comportamiento de los niños yace esta dinámica precisamente. El niño dice en su corazón: “Te sigo en la muerte” o “Muero en tu lugar” o “Me enfermo en tu lugar” o “Expío en tu lugar”. El niño lo hace por amor. Es frecuente observar que los padres miran al niño pero no ven en absoluto que el niño ama ni ven cómo ama. El niño no puede cambiar nada. Tan sólo si los padres dan un paso, puede el niño también hacer algo.

En este caso, la solución era sencilla. Coloqué otra vez al joven en su sitio y a la hermana melliza al lado de la madre de él. De esta forma, ella fue reintegrada en el seno de la familia. Así, se encontraba la familia de nuevo entera.

¿Es necesario armar algo como un altar familiar, es decir materializar la presencia de la muerta, o basta con la pequeña constelación? Claro, no hay foto de la muerta que se pudiera exponer. ¿Debo hacer un lugar para ella en la casa o debo simplemente hacerle un lugar en mi corazón, o lo uno implica lo otro?

Hellinger: En el corazón, eso es lo esencial. En la constelación, la madre y su hermana estaban cara a cara para empezar, se miraron con mucho amor y se abrazaron muy fuertemente. Luego se colocó la melliza al lado de la madre. Formaba ya parte de la familia.

Pueden imaginarse cómo le va al marido cuando su mujer dice interiormente:”Me muero”. ¿Qué posibilidades existen aún en la relación de la pareja y qué puede hacer él? Pues nada, no puede hacer nada, está entregado al destino de su mujer. En esta constelación, pedí a la mujer que girase hacia su marido y que le dijese:”Ahora me quedo”. Esa fue la frase sanadora. Pudieron abrazarse con amor. Luego la madre giró hacia su niño y le pedí que le dijera: “Ahora me quedo y tú también puedes quedarte”. Al oír esto, su rostro se iluminó. Esa era la solución: la persona que había quedado excluida estaba reintegrada, permitiendo que se completara lo que estaba incompleto.

Bert Hellinger