El tiempo corre, pero corre con tiempo. Siempre tiene tiempo, lo suficiente. Nosotros también tenemos tiempo si nos acompasamos a él.
¿Por qué nos apuramos? Porque pensamos que nuestro tiempo es contado. Y por el mismo motivo, impulsamos a otros a la prisa. ¿Qué pasa, en ese momento? El tiempo se nos va, a ellos y a nosotros.
El éxito viene con el tiempo y anda con el tiempo. ¿Con qué tiempo? Con aquel tiempo que tiene tiempo.
Todo aquello que crece desde su interior, tiene tiempo. Nada es más exitoso que lo que está creciendo y a lo que se le permite crecer. Su éxito está ya diseñado, y por lo tanto llega con toda seguridad, en su momento. A veces fuerzas externas se interponen y hunden su éxito, un vendaval por ejemplo. Con eso, puede que su momento haya pasado, para siempre. Entonces empieza el tiempo para otra cosa, en el momento justo.
Nuestro éxito obedece a las leyes del tiempo. Igual que el tiempo, camina para delante. Como éxito, continúa. De la misma manera que el tiempo se hace más con el tiempo, así le pasa a nuestro éxito. Ningún tiempo mira hacia atrás. Nosotros sí, a veces, pero nunca el tiempo. Él se renueva continuamente.
¿Qué hacemos cuando el tiempo aprieta? Preguntemos: ¿quién aprieta? Alguien, tal vez nosotros, cuando opinamos que el tiempo corre en contra de nosotros, a punto de abandonarnos, de dejarnos plantados si no lo cogemos de la mano. Sin embargo, el tiempo que apremia es raramente el tiempo correcto. Además, es siempre temporal.
Y justo cuando estamos con prisas, se atrasa. El tiempo pleno es lento. Es pausado y cuidadoso.
Decimos a veces: el tiempo es dinero. ¿Qué tipo de dinero? Hablamos y actuamos desde la idea de que cuanto más corto y reducido el tiempo, tanto más grande la ganancia. Con ella se nos regala más tiempo.
No queremos de ninguna manera perder nuestros logros en economía de tiempo. Pero uno se pregunta si estos logros nos conceden más ratos. ¿Experimentamos nuestro tiempo más largo o más corto con ellos? O tal vez sentimos nuestro tiempo tan repleto que anhelamos una pausa, un tiempo de recogimiento.
En ese tiempo recogido, la prisa termina. Es el tiempo creador. En él, volvemos a nosotros mismos, independientemente de cuánto apuramos a otros y ellos a nosotros, con prisa. En el centramiento, el tiempo se inmoviliza por un momento, en el instante presente. No obstante, sigue en movimiento. En otro movimiento, que nos lleva a otro instante presente, para algo que queda. El tiempo empujador nos pasa por el lado. Así como vino se va, sin que nada permanezca de él.
Sin embargo, lo que es mucho y lo que permanece tiene junto un efecto así como lo que empuja y lo que dura. Nos detenemos recogidos cuando asentimos incluso a lo apurado, ambos en su momento.
¿Se detiene también nuestro éxito? Nuestro éxito termina cuando nosotros nos detenemos en él. Porque él quiere ir más lejos, recogido, con tiempo, sirviendo, creciendo, en sintonía con lo que queda, con optimismo, más allá del tiempo, unido a lo eternamente nuevo.
Bert Hellinger