Todo

Todo lo que hay está en mí. Está presente, tal como es, como era y como será. Puesto que yo estoy aquí, ese todo está también en mí, con todo lo que resulta de él, sin la diferenciación de bien o de mal, de mejor o de peor.

La pregunta es, ¿por qué me siento a veces inferior frente a otros u otro? ¿Por qué intento ser o volverme, de alguna forma, mejor o más que otros o que otro? ¿Por qué enfermo, en vez de estar sano? ¿Por qué busco deshacerme de algo o escapar de ello? Estando unido a todos igualmente, siendo uno con ellos ¿acaso puedo discrepar de otros, sea hacia arriba, sea hacia abajo, incluso cuando al final voy a parar siempre en lo mismo, así como es?

La otra pregunta es, ¿cómo puedo volver a encontrarme con el todo?

Lo encuentro pues, dentro de mi cuerpo.

Hace poco, experimenté en mí que en cada uno de mis dientes se revelaba una persona intrínseca a mí, una persona que alguna vez fui y aún soy. Así como se revela, se hace recordar. Y exige que la reconozca como siendo igual y equivalente, desde antes e incluyendo el ahora. A la vez, me doy cuenta que continuamente me la encuentro en otras personas, benevolente o rechazadora, y yo igual que ella.

Y me pregunto, ¿hacia dónde quiere ir esta persona? ¿Hacia quién debo y quiero ir, para ser el todo, por fin? Debo ir hacia aquellos que se apartaron de mí, y de los que me aparté yo, a sabiendas o no, puesto que hace mucho ellos desaparecieron de mi conocimiento y atención, y yo de la suya. Y sin embargo no se esfumaron de la vigilancia de mi cuerpo y sus síntomas. A través de él y de sus síntomas, aquellos me dan señales, irresistiblemente. Entonces, les ruego a mis síntomas, sobre todo a los que me acompañan hace mucho, “¡mostradme a dónde se os va la mirada! ¿Quién espera desde hace tiempo que yo también le mire a los ojos, le reconozca y le ame?”

De pronto surgen unos cuantos, innumerables, todos muy cerca.

En ese lapso de tiempo ¿dónde me encontraba yo, separado de todos ellos, aunque cada uno es parte de mí? ¿Dónde estaban ellos? ¿ Acaso era yo sólo un cabo de ellos, soberbio y vacío?

Ahora me vienen las lágrimas. Lentamente, a tientas, voy acercándome a ellos, a cómo eran y siguen siendo dentro de mí. Lentamente, les toco y me siento rozado por ellos, por cada uno de ellos, tal como es, por todos ellos porque con ellos me encuentro completo y unido.

Ahora me siento completamente en la vida, sin separación con algo Último, uno con ello. Con ello realizado, humilde, con amor.

El Campo

Nuestra experiencia del campo es un límite. El campo tiene límites definidos que lo distinguen de otros campos, sobre todo en lo que produce. Del campo que nos pertenece y al que pertenecemos, recibimos el alimento que nos mantiene en vida. Por esto, nos entregamos a él. Lo sembramos y luego cosechamos su fruto, en el momento apropiado.

Para sobrevivir, un campesino cultiva varios campos a la vez, a no ser que se limite a un monocultivo que, al cabo de unos años, le retira el fundamento de su supervivencia.
El campo mórfico

Del mismo modo vivimos en campos mórficos, en varios a la vez, vinculados entre sí, y de los que sacamos la variedad de nuestro alimento sutil.

¿Qué es lo que mantiene nuestros campos mórficos en cohesión? Pues, por una parte es una memoria común, y por otra es una conciencia común. Aquel que desea asegurar su pertenencia a estos campos, debe someterse a algunas reglas fundamentales. Si se aparta de ellas, corre el riesgo de ser excluido de aquellos campos. A la vez, es fácil que un campo se vuelva un monocultivo y, en ese sentido, infértil.

¿Con qué está relacionado este desarrollo? Pues con el que la memoria de un campo determina lo que podemos entender y saber.

Rupert Sheldrake, que en nuestra época se dedicó de la manera más intensiva a los campos, que describió que incluso las leyes que atribuimos a la naturaleza son meramente memorias dentro de un campo, explicó también cuán lejos alcanzan las consecuencias de la memoria común de un campo mórfico.

La primera consecuencia es una interdicción de pensar. Aquel que piensa diferentemente de lo que autoriza esa memoria común, pone en peligro su derecho de pertenecer más adelante a ese campo. ¿Con qué efectos? Sólo tenemos que imaginarnos lo que le pasaría a un campesino si tuviese que abandonar sus campos, hasta ahora fértiles. ¿Adónde puede ir?

¿Acaso existe otro campesino al que se pueda dirigir, para intentar con él disponer nuevamente de los campos de él? ¿O tal vez ese nuevo campesino es lo suficiente generoso como para cederle, durante un tiempo, un campito en el que sembrar nuevos frutos, hasta que su futuro resulte asegurado, más fértil y más abarcador? ¿Acaso puede la memoria del campo aceptar la introducción de una nueva comprensión, así como borrar la anterior? ¿Acaso pueden, pasado un tiempo, algunos miembros del viejo campo interesarse por las nuevas posibilidades? ¿Surge entonces, de esta forma y paso por paso, un nuevo campo mórfico, que va dejando atrás el antiguo? ¿Acaso el antiguo disidente se torna pionero y lleva a muchos otros a una nueva amplitud?

Y sin embargo, aquí también se anuncia algo ya presente en el antiguo campo. Este nuevo campo desarrolla su propia memoria que, a su vez, determina lo que se puede pensar y hacer, a la par de una conciencia distinta. De esta forma, el viejo juego continúa con nuevas reglas.

Bert Hellinger

El adiós a Dios

¿Acaso somos capaces de despedirnos de Dios? ¿Tenemos permiso para eso? ¿Qué queda de nosotros, si lo hacemos? Por cierto, ¡cuántas generaciones le han rezado con fervor! ¡Cuántas lo han temido! ¡Cuántas le han sacrificado sus vidas! ¡Cuántas han querido pacificarlo y despertar su merced! Cuántos himnos devotos le han cantado, que aun ahora nos llegan al corazón. Cuántos domos suntuosos han edificado por él, donde se reunían y donde lo alababan.

Si nos despedimos de él, ¿dónde acabaremos? ¿En qué soledad, en qué vacío? Por cierto, es un despedir de imágenes, que son humanas y nada más que humanas. Es un despedir de imágenes que se originan en nuestra infancia. Incluso los sentimientos nobles despertados en nosotros por estas imágenes, que nos elevan y nos llevan a la dedicación y al respeto, son miedos de niño y deseos inocentes de niño. Nos hacen infantiles y nos mantienen en el estado de niños, vulnerables, temerosos, abandonados, amenazados. Son sentimientos de temor y temblor.

¿Cuándo y cómo experimentamos estos sentimientos de la manera más profunda, increíblemente angustiadora? Pues, cuando nos imaginamos el despido de estas imágenes de Dios, un despido para siempre. Después, ¿qué queda de nosotros? Porque, si lo tememos a Dios, por lo menos lo tenemos. Sin él, ¿adónde nos perdemos, abandonados a nuestra suerte, solos y vacíos?

Nos abrimos al secreto contenido en nosotros, que en cada momento nos mantiene en la vida, tal como somos. Ese secreto permanece en un estado de entrega, sin juicio para orientarse, porque nos quiere tal como somos. ¿Acaso en nosotros hay algo que esté separado de él, y que nos aleja de él?

Percibimos este secreto como una fuerza creadora dentro de nosotros, en todo lo que nos permite estar, directamente movidos por él, sin impulso del exterior, desde nuestro interior, acompañándonos en cada instante de manera creativa, hacia un renuevo eterno, constante avanzar: en progresión.

¿Acaso, a la hora de abarcarnos en su movimiento, tolera esta fuerza las imágenes que nos enseñan el temor? ¿No es ella, en cada momento, nuestra mayor experiencia posible del amor? ¿Y no es la dedicación a ella la verdadera y más profunda experiencia de vida?

Y sin embargo, incluso lo que he tentado describir y señalar aquí es una imagen humana. ¿Qué apoyo nos queda pues, al que nos podamos sujetar? Nada. Sólo la pura noche y el vacío.

La fuerza está, y no está. Nos atrae, sin que la podamos alcanzar. En ella resucitamos de entre los muertos, en permanencia, vacíos, purificados hasta lo último, sin nombre, sin movimientos infinitamente quietos, respetuosamente quietos, luz de una luz, reflejados, imagen de su imagen, transparentes, eco creador, puro sin límite, infinitamente uno.

Bert Hellinger

Guiados

En realidad, estamos guiados en nuestra vida por una fuerza que nos toma a su servicio, para el beneficio de muchas vidas. Esta fuerza nos extirpa de la estrechez de nuestros miedos y representaciones y nos lleva hacia una amplitud que nos permite crecer, más allá de las fronteras del amor tal como lo conocemos, para superarlas, de modo que acabamos experimentando la creatividad con la que esta fuerza nos va guiando, con constancia hacia lo siempre nuevo, que en cada momento se presenta.

A menudo me siento guiado de esta manera, cuando algo espera de mí que mi actuar presente, y las expectativas de otros con respecto a mí, se encarrilen en una dirección que va más allá de mis imágenes y experiencia.

Os doy un ejemplo. Me despierto un día, en Argentina, en la víspera de Domingo Santo, e intuyo que ahora mismo estaré guiado para escribir un texto. Qué texto, aún no lo sé. De repente, surge un título en mi mente. ¡Me asusta, porque no sé adónde esto me lleva! En esta caso, el título era: El adiós a Dios. Escribí este texto con temor y temblando, ignorando a qué me llevaba esto. Comencé con la primera frase. A partir de ahí fui guiado, de palabra en palabra, sin saber a dónde. Al final, se reveló ser un texto sobre el adiós al Dios de los muertos.

En Domingo Santo, hablé sobre el tema a más de 250 participantes en el curso, sin referirme a nada concreto del texto. Me atreví a decir que, para nosotros en Semana Santa, se trata sobre todo de nuestra resurrección de la tumba de Dios, de la tumba de aquel Dios que nos atrae hacia los muertos y se manifiesta, a pesar de todo lo que se afirma, como el Dios de los muertos.

¿Qué pasó luego? Pregunté quién tenía un asunto para ver conmigo, por el cual podría buscar una solución. Muchos alzaron la mano. Escogí a uno de ellos, guiado por un movimiento interno, alguien que no conocía y del que ignoraba todo.

Él me dijo unas generalidades con las que no pude empezar nada. Le propuse pues, constelarse. En aquel momento me vino la idea de posar en el suelo, delante de él, una alfombra enrollada y pedirle pasar por encima.

Con pasos cortos y suma lentitud, se acercó a la alfombra como si fuera una frontera que no se atrevía a traspasar. Se quedó parado a cierta distancia de ella, ojeándola cada dos por tres. Le dije de mirar más allá a lo lejos, por encima de ella. Apenas lo consiguió. En cambio, se arrodilló ante la alfombra. De repente se mi hizo obvio que para él, esta alfombra representaba a un muerto, sobre el cual no se atrevía a dar un paso. Se lo dije.

Le pedí que se pusiera de pie y que diera unos pasos más allá de la alfombra, hacia su futuro. Cuando finalmente lo logró, dio un suspiro hondo. Le pregunté cómo le iba, respondió que muy bien. Lo mandé de regreso a su silla.

Más tarde me enteré de que era cirujano y de que uno de sus compañeros, que acababa de operar, se había muerto en la camilla del quirófano. Desde aquel momento, su vida había cambiado, no conseguía superar este fallecimiento.

Su mujer, presente, comentó más tarde que desde la constelación, él estaba como resucitado de entre los muertos.

El texto que había escrito, en la mañana de aquel día, me preparó para la resurrección de entre los muertos, de una manera que no me podía imaginar. Tanto yo mismo como los participantes, fuimos preparados a una experiencia en la que nos sentimos guiados por otras fuerzas, al servicio de la vida, y esta experiencia deshizo las muchas imágenes viejas de Dios que llevábamos, permitiéndonos levantarnos de entre los muertos, pasando del Dios de los muertos al Dios vivo que afirma:”Mirad, lo hago todo nuevo”.

Casi todos los textos de este libro nacieron de esta forma. Todos estaban en relación con un actuar a la espera, sin que supiera porqué y adónde dirigirlo, todos con una base concreta en la vida. Esto se reveló luego, al tener que pisar nuevos caminos.

Estos textos fueron para mí un regalo del espíritu, al servicio del que me sentía llevado, al servicio de la vida y del amor para todos. Podéis leer cada uno de ellos como si os abarcara en este movimiento sanador para vosotros y aquellos que tenéis cerca.

Bert Hellinger

Crisis

Una crisis nos avisa: ahora se vuelve peligroso. Nos obliga a la prudencia, la prudencia hacia el exterior cuando se trata de nuestra sobre vivencia.

¿Cómo acabamos en una crisis? Cuando nos hemos propuesto demasiado, cuando hemos querido alcanzar más de lo que las circunstancias y nuestras fuerzas nos permitían. A veces nos golpea, junto con muchos otros, porque nos hemos pasado. Lo contrario acontece también, cuando otros se han propuesto más de la cuenta, y han traspasado sus límites. Entonces, nos acaecen igualmente las consecuencias de su comportamiento, tanto como otros sufren de las nuestras.

A veces, una crisis se extiende a muchos pueblos, como por ejemplo una crisis económica. Tales crisis nos obligan a modificar nuestro pensamiento. Nos intiman: ¡hasta aquí y no más lejos! Nos indican nuestras fronteras y nos obligan a la prudencia. Nos mandan efectuar otras acciones, nos imponen cambios rápidos para escapar de ser arrollados, juntos con los demás. Despiertan fuerzas frescas, exigiendo más de nosotros y dándonos la posibilidad de hacer recortes, que sólo son posibles y aguantables gracias a ellas.

Al superar estas crisis, seguimos adelante con más sabiduría, más perspicacia, más perspectiva, más respeto. Ellas van sujetando juntas las fuerzas que antes se dispersaban, vinculando así aquellas que anteriormente partían cada cual por su propio camino. En este sentido, las crisis vienen para muchos como una bendición, a pesar de su precio alto.

¿Cómo evitar estas crisis? ¿Cómo evitar las pequeñas crisis en nuestro entorno más próximo, en nuestras relaciones?

Primero, gracias al respeto. Respetamos el bien de aquel que nuestro actuar puede tanto servir como dañar. Nos acercamos al resultado que buscamos alcanzar de manera que tanto nuestra integridad como la del otro sea respetada y cuidada. Si con todo, topamos con una crisis, el otro se hará nuestro aliado, ayudándonos a superarla, cargando voluntariamente con su parte, de camino hacia una solución de la crisis.

Generalmente, una crisis se da por la transgresión de los órdenes del amor, por ignorarlos. Por lo tanto, lo que complementa el respetar es la capacidad de reconocer estos órdenes y seguirlos. ¿Cuáles son? Son todos los órdenes del amor. Empiezo aquí con los que mejor conocemos.

El primer orden es el equilibrio entre dar y recibir. Las empresas alcanzan el éxito cuando todos los que logran una ganancia sirven a otros con ella, en primer lugar a los que la han hecho posible con su ayuda y esfuerzo. Aquellos deben recibir su parte de la ganancia.

El segundo orden es la inclusión de aquellos que no fueron honrados o que fueron despojados de su ganancia resultando, de esta manera, excluidos. Es el orden de la totalidad, a la que todos los que la componen y la constituyen, deben pertenecer, siendo reconocidos en lugar de defraudados.

El tercer orden, y en muchos respectos el más decisivo, es la comprensión de que cada miembro de un grupo o de una empresa ocupa un sitio propio del que nadie lo puede echar. Este orden establece quién viene primero y quiénes o qué ocupan el segundo sitio. “Primero” significa literalmente “el primero en el tiempo”. Así, los padres están antes que los hijos, el fundador de una empresa está antes que todos sus colaboradores, el primer producto de una empresa está antes que los que llegan después. En una fusión de empresas, la más antigua y asentada viene antes que la más nueva, inclusive el contexto al que lleva.

Este orden de precedencia vale también dentro de la empresa, en función de la aportación que los individuos realizan. De ahí que la idea conceptual y la planificación vienen en primer lugar. Siguen los colaboradores que la concretizan. Y luego, aquellos a los que sirven. Sólo después, aquellos que ulteriormente se juntan a ella, de una manera u otra.

La infracción de este orden lleva a consecuencias de amplio alcance, pudiendo resultar en una quiebra. La pregunta es: ¿Cómo manejamos estos órdenes en nuestras relaciones? ¿Cómo, gracias a nuestra comprensión, evitar los efectos nefastos?

Para empezar, nos quedamos abajo, sin alzarnos por encima de nada. Respetamos el rango del que está antes que nosotros, sobretodo el rango de nuestros padres.

A continuación, concedemos a cada uno el sitio que le corresponde. Por ejemplo, en una pareja, la igualdad de rango del otro con nosotros. En tercer lugar, nos mantenemos en el intercambio gracias al dar y recibir, de manera a incrementarlo, siempre un poco más. Así, logramos en nuestras relaciones la mayor plenitud posible.

Crisis del amor son crisis de los órdenes. Traemos el orden de vuelta, con respeto, incluso renunciando a algo, renunciando con amor. Permanecemos abajo y a la vez grande, sirviendo y tomando, deferente hacia los iguales, generoso y exigente a la vez. Con amor y aplicando el orden nosotros y con muchos otros, humanamente, con toda comprensión.

Bert Hellinger

Olvidar

Olvidar

Olvidar permite ser libre, recordar es una carga. Cuanto más olvidamos, tanto más liviano nos resulta mirar el presente y tanto más dispuestos estamos hacia lo que viene.

Este olvido es el resultado de una disciplina de la mente. En el Tao Te King, se dice del elegido: Ni bien completa su obra, dirige la mirada hacia lo que viene luego.

Olvidar es aquí la consecuencia de un movimiento hacia delante. Nada de lo que está pasado lo retiene, ni alabanza ni reproche, ni ganancia ni pérdida, ni inocencia ni culpa. ¿Cómo se logra este movimiento hacia delante? Se logra con amor, con un amor nuevo, con el amor entero, ahora. Así es el amor del espíritu. No me lo puedo imaginar de otra forma. ¿Cómo podría guardarle rencor a nada, ya que en cada instante lo inicia todo con creatividad, desde un comienzo eterno, en cada momento completamente nuevo?

Imaginarse la eternidad como algo estático o yacente es una idea lerda, que nos empuja hacia abajo en vez de impulsarnos.

La prueba de hasta qué punto esta forma de pensar corresponde a una verdad, sólo puede ser el efecto que tiene sobre nuestro amor, nuestro cuerpo y nuestro espíritu, en la medida en que esta verdad nos es accesible.

Este olvido es un movimiento creador, un movimiento fresco, un movimiento apasionante, elevado, potente y grande.

¿Y qué del agradecimiento? ¿Acaso es un recuerdo o quizá nos permite el olvido? ¿El agradecimiento mira hacia atrás o hacia delante? Aquí también, percibimos de inmediato la diferencia en la sensación de amplitud y fuerza, cuando el gracias deja atrás lo que hubo y libera para nosotros lo que viene.

Olvidar significa también ser olvidado. Sólo aquel que llega a ser olvidado completamente, se encuentra a disposición entera de lo que llega, con pureza, fuerza, novedad, presente y sin pasado, cada día más presente, puro en un amor que actúa, por su presencia. Apertura perpetua, un ser y transformar perpetuos.

Bert Hellinger

Amor y orden

Quisiera decir algo sobre amor y orden. ¿Qué es más grande y más importante, el amor o el orden?
¿Qué viene primero? Muchos piensan que si aman lo suficiente todo estará en orden. Muchos padres piensan que si aman a sus hijos lo suficiente ellos se desarrollarán exactamente como ellos lo desean.
La mayoría de padres que así piensan son defraudados. Evidentemente el amor solo no alcanza.
El amor debe insertarse en un orden. Y ese orden ya está determinado. Esto también ocurre en la naturaleza: Un árbol se desarrolla según un orden interno. No se lo puede cambiar. El árbol solamente puede crecer dentro de ese orden. También es así con el amor y las relaciones humanas: Ellas pueden desplegarse solamente dentro de un orden, y ese orden está establecido.

Si nosotros sabemos algo de ese orden del amor, entonces nuestro amor y una relación tienen la gran posibilidad de desarrollarse. Un orden es, que aquello que es diferente tenga el mismo valor. El hombre y la mujer son diferentes pero equivalentes. Cuando esto es reconocido por la pareja el amor tendrá una chance mayor.
El segundo orden es que el dar y el recibir deben estar equilibrados. Cuando uno debe dar más que el otro la relación está perturbada. Ella necesita ese equilibrio. En relación con el equilibrio existe algo más a lo que debe prestarse atención. Hoy por la mañana hablé de cómo la necesidad de equilibrio debe marchar junta con el amor y de cómo de esa manera crece el intercambio.
Esa necesidad de equilibrio también existe en forma negativa. Cuando uno de los miembros de la pareja le hace algo al otro, éste sentirá también la necesidad de hacerle algo. Él se siente herido en su dignidad y por esa razón cree que tiene el derecho de herir también al otro en su dignidad. Esa necesidad es irresistible.
Muchos que han sufrido una injusticia se sienten con derecho a hacerle algo al otro. A la necesidad de compensación se le agrega ahora algo más, el sentimiento: Ahora yo tengo derechos especiales, a través de la injusticia que se cometió conmigo tengo derechos especiales. Entonces se le hace al otro una maldad mayor que la que él nos hizo. Porque ahora uno le hizo al otro una maldad mayor éste se siente con derecho a hacerle al otro algo malo, y como él se siente con derecho le hace al otro algo más grande que lo que recibió de él. Así crece en una relación el intercambio de maldades y en lugar de la felicidad, en una relación de ese tipo aumenta la infelicidad.
Es posible reconocer la calidad de una relación en si el intercambio transcurre principalmente en la bondad o en la maldad. ¿Y cuál sería la solución? ¿Existe en realidad una
solución? Se puede pasar del intercambio en la maldad nuevamente al intercambio en la bondad. ¿Y cómo se hace?
Existe para ello un secreto: Uno se venga del otro con amor. Esto quiere decir: se le hace al otro una maldad, pero un poco más chica. Entonces acaba el intercambio de maldades y ambos pueden nuevamente recomenzar con lo bueno. Este es un aspecto muy importante de los órdenes del amor. Cuando uno lo sabe es posible reencausar para el buen lado muchas cosas en las familias.

Bert Hellinger

Rayos de esperanza

1. El respeto es profundo.
2. La calma cura.
3. La curación perdura.
4. La distancia une.
5. Las novedades envejecen.
6. El orden sirve a la conservación.
7. La adicción disfruta de lo que daña.
8. La curación genera confianza.
9. Mañana es otra cosa.
10. La carne tiene buena voluntad.
11. Pensar solamente es muy poco.
12. Lo que es claro permite la acción.
13. Concentrados estamos preparados.
14. Lo próximo salta a la vista.
15. La mayor alegría la vivimos ahora.
16. A servir no se le opone ningún otro servicio.
17. Lo que es suficiente nos hace avanzar.
18. El respeto escucha con atención.
19. La calma nos abre.
20. Todo sale bien a su tiempo.
21. El amor deja que sea.
22. El amor se renueva cada día.
23. Sin trabajo no hay amor.
24. El corazón ama con toda intensidad.
25. Cuando miramos estamos atentos.
26. La sanación pone orden.
27. El amor sabe esperar.
28. Primero la oscuridad, luego la claridad.
29. Algunas luces se apagan antes de encenderse.
30. También lo que está turbio brilla.
31. El final cierra – y abre.

Bert Hellinger

El comienzo del amor

Nuestra vida comenzó con el amor de nuestros padres. Ellos se amaron antes de que nosotros naciésemos y en ese amor se convirtieron en hombre y mujer – del modo más profundo. De ese amor surgimos nosotros. Nosotros los miramos como pareja y miramos su amor de hombre y mujer.
Nuestros ojos comienzan a brillar. ¿Qué podría ser para nosotros y para ellos más bello y más grande, y profundo y rico y tener mayor consecuencia? Abrimos nuestro corazón a ese amor y le respondemos con alegría y esperanza.
De ese modo comenzó también nuestro amor, a través del amor de esos padres, nuestros padres. Nosotros le respondemos a ese amor tomando esa vida de ellos – tomándola toda, así como nos viene de ellos. No se trata de su vida, solamente viene a través de ellos. Pues detrás de ellos están sus padres y los padres de ellos y también los de ellos, por muchas generaciones. A través de todos ellos esa vida ha fluido, pura, sin que nadie haya podido quitarle o agregarle nada. Esa misma vida fluye a través de ellos hasta nosotros. Todos lo hicieron bien. Nadie fue peor, nadie fue mejor. En la transmisión de la vida todos fueron perfectos y todos fueron buenos.
Así miramos ahora a nuestros padres, tal como ellos son, y los vemos perfectos, perfectos al servicio de la vida. Independientemente de lo que ellos hayan hecho o pensado, y más allá de lo que fue su destino; como nuestros padres todo lo hicieron bien. En la transmisión de la vida ellos fueron perfectos. Así, como esos padres perfectos que todo lo hicieron bien, los tomamos en nuestro corazón y les respondemos con la vida y con el amor que a través de ellos comenzaron para nosotros.

Junto a nuestros padres también tomamos a sus padres y a todos nuestros antepasados, y a todos con quienes estamos en sintonía y ellos con nosotros, más allá de lo que esto pueda exigir de nosotros y regalarnos. Los miramos a todos y a cada uno le decimos “Sí”. También a cada uno le decimos: “Gracias”. Junto con ellos nadamos en la gran correntada de la vida, dondequiera que ella nos lleve. Y a esa correntada le decimos: “Nado contigo, dondequiera que tú me arrastres, lejos o cerca. Yo nado contigo. Yo me dejo llevar”.

Bert Hellinger

Confiar en el alma

PARTICIPANTE: ¿Puede usted decir algo sobre cómo continuará este trabajo en los próximos dos años?
HELLINGER: Te voy a contar una historia. Una vez hice en Holanda una constelación familiar con un hombre joven. En ese momento constelamos al cristianismo y al judaísmo, aunque en realidad no pudimos ir muy lejos. Después este joven fue a los Estados Unidos donde organizamos diversos workshops y en una constelación él trabajó como representante. En esa constelación se trató el caso de una familia judía que vivía en los Estados Unidos y él fue elegido para representar al hermano del cliente. En aquel entonces nosotros trabajamos con el trasfondo del Holocausto y fue muy evidente que él se identificaba con los perpetradores. Esta situación me resultó muy curiosa. En ese momento por primera vez me di cuenta que en las familias judías los perpetradores están presentes y que si en la familia se intenta excluirlos ellos serán representados por descendientes de la generación del Holocausto en la familia.
Después me olvidé del hombre – hasta que un par de meses atrás él me envió una carta en la cual me relataba un acontecimiento excepcional. Él escribió que durante el mencionado workshop había conversado conmigo durante la pausa – de lo que yo ya no me acordaba- y decía que yo le había dicho entonces que debía –como ejercicio- descender al reino de los muertos, allí buscar a los perpetradores, tenderse a su lado y decirles: “Yo soy uno de ustedes”.
Como segundo ejercicio él debía imaginarse que la muerte no estaba delante, sino detrás de él y que diariamente debía pedirle su bendición. En tercer lugar yo le habría dicho: “¡No debes hacer ninguno de estos ejercicios!”. “No debes hacer ninguno de estos ejercicios, sino que debes esperar hasta que tu alma se haga cargo de ese trabajo”. Este también habría sido un ejercicio. Tres meses más tarde mientras dormía este hombre tuvo la siguiente extraña experiencia: Mientras estaba acostado y dormía fue vencido por algo así como un sueño, algo que sin embargo era más que un simple sueño: Él formaba parte de un pelotón de fusilamiento que ejecutaba a personas – evidentemente judías- y él mismo de esa manera había matado también a judíos. Luego él fue llevado a un tribunal y tuvo que defenderse frente al juez. Y dijo: “Sí, es cierto, yo soy un asesino. Yo asesiné a personas, a pesar de todo en mi defensa debo decir que yo soy una persona y que depende de las circunstancias si alguien se convierte en un criminal o en una persona decente. Toda persona es capaz de cualquier cosa”. Entonces fue condenado a muerte.
Sin embargo, entre la condena y el día del fusilamiento pasaron muchos meses en los cuales él se despidió de sus familiares y sus seres queridos. Se sentía muy tranquilo y concentrado, con una afilada capacidad perceptiva. El día de su fusilamiento fue llevado a una habitación de la cual sería llevado a la silla eléctrica, pero primero debía esperar algunas horas. Finalmente apareció alguien con la información de que la ejecución había sido aplazada y que aún debía esperar un poco más.

No obstante, todo el tiempo él permaneció interiormente tranquilo y preparado para morir. Entonces le dijeron que el juez había cambiado la sentencia; él no sería condenado a la muerte sino al destierro. Se le había dicho que él mismo podía elegir el lugar donde quisiera vivir en el destierro alejado de todas las personas. Entonces salió de la cárcel.
Todavía en el sueño él dijo las palabras: “Sobreviví a la muerte y me he convertido en una persona completamente nueva. Para mí no existe más la culpa ni la inocencia”. Escribió que después de despertarse se sintió totalmente cambiado y agregó: “En mi percepción los colores se habían vuelto más brillantes y mis movimientos más lentos, porque seguí todo lo que sucedió con gran atención”.
Él simplemente había querido informarme de esta experiencia. Yo la cuento porque estas cosas son posibles cuando confiamos en nuestra alma y dejamos que ella nos guíe.

Bert Hellinger