La coacción viene de fuera. Coaccionando, pienso y hago algo que me repugna en lo más profundo. No puedo estar en consonancia con lo que pienso y hago bajo coacción. Por eso bajo coacción no pienso realmente lo que pienso. Me adapto por el miedo al rechazo o al castigo a otro pensamiento que no procede de mí. Secretamente pienso otra cosa, pero no lo muestro.
Lo mismo vale del actuar bajo coacción. Bajo coacción actúo a contrapelo. A veces impido algo que he de hacer bajo coacción y cometo los errores correspondientes.
La coacción procede a menudo menos de fuera que de dentro. ¿Qué ejerce sobre mí la mayor coacción? El miedo a perder la pertenencia a un grupo importante para mí. Por eso, como coaccionado, lo hago todo para mantener y asegurar mi pertenencia a ese grupo.
Ese temor está interiorizado, y esa coacción también. A menudo tienen poco que ver con la realidad actual. El miedo y la coacción vienen de una imagen interior y esa imagen interior los sostiene y mantiene. Por eso los timoratos temen sobre todo sus imágenes. A menudo estás imágenes se ocultan tras la excusa de ser recuerdos. Pero no hay recuerdos, sólo hay imágenes de ellos.
¿Cómo no sustraemos a esos temores y a las coacciones unidas a ellos? Nos retiramos en todos los aspectos de nosotros mismos y nos quedamos con lo que se muestra en el instante. En cuanto algo del presente nos atemoriza y nos coacciona, comparamos lo que percibimos fuera con esas imágenes.
El modo más sencillo de hacerlo es si miramos primero nuestras imágenes interiores y luego a las personas con las que tenemos que ver en el momento. Después nos permitimos otras imágenes de ellos, por ejemplo imágenes benevolentes, y observamos qué cambia en nosotros y en ellos. Al mismo tiempo permanecemos en nosotros. Es decir que no damos a otras personas la oportunidad de hacerse de nosotros una imagen que justifique nuestras imágenes de ellos. Nos mantenemos concentrados en el asunto que se trata en el momento. Eso también las obliga a ellas a concentrarse en el asunto y, por lo tanto, en sí mismas.
Nos libramos del miedo y de esas coacciones si renunciamos a expectativas que vayan más allá de un asunto común y de lo adecuado y necesario para él. Con eso las obligamos a permanecer también en nuestro asunto común, sin plantearnos expectativas más allá de él o a poner exigencias que afectan nuestro asunto común más que fomentarlo.
De repente estamos libres unos de otros, los otros de nosotros y nosotros de los otros, sin temores ni coacciones. Somos libres de pensar lo que realmente pensamos porque nos lo reservamos para nosotros. Tampoco queremos saber lo que piensan ellos. Así podemos quedarnos con nosotros y ellos consigo. Ni nosotros hemos de tener miedo de ellos, ni ellos de nosotros. Por eso ni nosotros ejercemos una coacción sobre ellos, ni ellos sobre nosotros.
¿Cómo superamos más fácilmente, pues, el temor y la coacción ligada a él? Con pensamientos claros y con pensamientos de amor. Porque los pensamientos de amor son siempre pensamientos claros. Al mismo tiempo dejamos ir. Soltamos a los demás respetando lo propio de ellos, sin intervenir desde nosotros en lo propio de ellos. Al mismo tiempo respetamos lo nuestro propio. Lo retiramos de las expectativas y exigencias de los demás, y nos libramos así de ellos, libres del temor.
Extracto de “Pensamientos de realización”, Bert HELLINGER Ed. Rigden, 2009