Reflexiones: La grandeza

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¿Dónde radica mi grandeza? En mi servicio a la vida, tal vez incluso en el servicio de la vida para muchas personas. ¿Pero qué o quién aquí sirve la vida? ¿Seré yo, desde mi fuerza, desde mi comprensión, por encargo propio, en mi interés? ¿De dónde me vienen mi fuerza y mi tarea? ¿Acaso me las puedo atribuir, como si yo estuviera al origen de ellas y como si estuvieran a disposición de mi juicio, de mi humor y de mi buen placer? Cuando percibo cuánto proviene de mí personalmente en lo que hago, ¿qué es lo que queda de mí? ¿Acaso no se encoge mi grandeza si me la atribuyo, reduciéndose a poco, incluso a nada?

Otro tema es lo que, en sintonía con fuerzas más grandes, me sale logrado, porque otros también lo experimentan como grande e importante, y por eso permanece grande. No obstante, hace una diferencia si ellos, igual que yo, lo experimentan y lo toman como viniendo de lejos, desde otras fuerzas o si, de lo contrario, miran hacia mí, tomándolo de mí, sintiendo necesidad de agradecerme, como si yo lo hubiera hecho y completado solo. Si ellos lo viven como viniendo de otras fuerzas, de aquellas que actúan potentemente detrás de toda vida, lo toman de estas fuerzas, como un obsequio de ellas. Entonces, en aquel instante, se transforma en algo que les pertenece tanto como a mí. Tienen el permiso para prescindir de mí, incluso olvidarme. Tanto más se mantendrá y actuará esta grandeza, sin resistencias internas, al servicio de sus vidas.

Esta grandeza ha hecho también algo para mí, algo grande. Si reconozco que me he puesto al servicio de otras fuerzas, tengo el permiso para llevarla a mi vida y a mi amor. ¿Cómo? Humildemente. Precisamente porque actúa tan grande y ampliamente, yo reconozco que sobrepasa mis capacidades, mis deseos y voluntad, mis miedos. Reconozco que siguió un movimiento y que yo sólo fui llevado por ella.

¿Me puedo alegrar por esta grandeza? Si me alegro por ella y por mis éxitos, ¿qué me pasa? ¿Me mantengo aún en sintonía con este movimiento? ¿O se aleja ella hacia otro lado y sin mí, hasta tal vez, de alguna forma, voltearse en contra de mí, por ejemplo a través del rechazo al que se confrontan estos éxitos, sean cuales sean?

¿Cómo escapo a las consecuencias de alegrarme por mis logros? Dejo los éxitos atrás y permito que un movimiento aún mayor me lleve hacia un nuevo hacer al servicio de la vida, aquí también sobrepasando mis deseos, mis ilusiones y mis miedos.

¿Cómo se queda pues, mi grandeza? Se queda, pero sin el “mi”.

 

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Bert Hellinger

Historia de Sanación

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Existe una frase de Rilke, donde él dice:” ¿Quién vive la vida? ¿La vives tú, Dios, la vida? ” ¿Será que otra fuerza vive nuestra vida y que nosotros solamente nos debemos entregar a ella y confiar? ¡Os cuento una historia, muy simple, lejos de lo profundo y de lo lejano y del karma! Es una historia de sanación. Se encuentra en el Antiguo Testamento. La tomo sin más de la Biblia. Por cierto, me he permitido pequeños cambios, pero es una historia bíblica. ¿La queréis oír? Cuando la escucháis, olvidad lo que habéis oído sobre las enfermedades y sobre los esfuerzos que muchos hacen para deshacerse de ellas.

La exigencia
En el país de Arán, ahí donde se encuentra Siria hoy en día, vivía en tiempos antiguos un general, que amaba a su rey y le era fiel, habiendo conseguido por él ya muchas victorias importantes. Pero algo fallaba con él. No podía más entrar en contacto con nadie, ni siquiera con su mujer, porque padecía lepra.

Un día, oyó una esclava comentar que en su país existía un hombre que conocía el remedio para su enfermedad. Entonces, organizó una importante escolta, cogió unos diez talentos de plata, seis mil piezas de oro, diez trajes de fiesta más una carta de recomendaciones de su rey y emprendió camino. Después de un largo viaje y algunos desvíos, el hombre alcanzó la morada del curandero. Ahí delante se encontró, con toda la comitiva y sus numerosos tesoros, llevando de la mano la carta de su rey. Llamó para que lo dejaran pasar. Pero nadie hizo caso de su presencia. Se empezó a intranquilizar y a sentirse irritado. De pronto, se abrió una puerta, salió un servidor y le dijo:”Mi amo te manda decir que te bañes en el Jordán y esto te sanará”.

El general pensó que se burlaban de él y se sintió ridiculizado. “¿Qué? dijo, ¿éste se pretende un curandero? ¡Habría podido venir a atenderme, habría podido llamar a su dios y celebrar algún ritual, habría tenido que tocar con sus manos cada herida de mi piel! ¡Esto me habría quizás ayudado!”Enfurecido, se dio la vuelta y se fue para casa.

¿Os suena esto? A mí me suena. El curandero acababa de perder a otro cliente. ¿Sigo con la historia?

Habiendo viajado ya un día entero de vuelta a su país, los servidores del general se le acercaron y le trataron de convencer buenamente: “Amado padre, si este brujo te hubiera pedido algo inhabitual, como por ejemplo, que te subieras a un barco para alcanzar algún reino lejano, si te hubiera exigido prosternar ante dioses desconocidos, y si hubieras perdido tu fortuna en ello, por cierto lo habrías hecho. Pero ahora, te ha pedido algo de lo más sencillo y habitual.” El general se dejó convencer. Desalentado y malhumorado, se dirigió hacia el Jordán, se lavó de mala gana en el agua- y ocurrió un milagro. Eso era una terapia ultra corta, por supuesto.

Al llegar a su casa de vuelta, su mujer quiso saber cómo le había ido. “Ay, dijo, estoy bien otra vez. Pero en realidad, no pasó nada en especial.”

¿Queréis que lo aplique a nuestra situación aquí? Claro que sé a quién representa el Jordán. Lo sé de experiencia. Siempre lo mismo. Se vuelve casi aburrido ya, a la larga, hablar de lo mismo. Pero existen tantas variaciones que se vuelve interesante otra vez. Entonces, el Jordán en el que nos adentramos, por el que nos dejamos tocar y sanar, es nuestra madre. Ahí comienza la sanación.

Desalentados y malhumorados, igual nos acercamos y entonces, nos volvemos pequeños. Ante nuestra madre, nos volvemos pequeños y humildes. Esperamos lo que ella nos brinda. Lo tomamos en nuestro corazón con amor, la vida.

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Meditación: sanación gracias a la madre
Nos acercamos con humildad hacia nuestra madre, tal como es. Así como es, nos ha regalado la vida. No tuvo que ser diferente. Porque era como es, nuestra vida llegó a través de ella hasta nosotros.

Ahora nos bañamos en esta vida, en este amor, hasta ser puros, purificados de nuestros reproches, de nuestras imágenes que le hacen injusticia a ella, injusticia a la vida.

Abordamos la orilla, purificados. De esta manera puros, empezamos nuevamente nuestra vida, con amor, con salud, llevados por fuerzas más grandes, y de pronto estamos en el amor, el amor completo.

 

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Bert Hellinger

Enfermedad y karma

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Las enfermedades sacan a la luz algo inconcluso. Nuestra gestión habitual de la enfermedad impide que esto ocurra porque, lo que buscamos en la mayoría de las veces, es deshacernos de ella. Podría decir incluso: de esta misma manera, nos queremos deshacer de un karma. Y cuando nos hemos librado así de la enfermedad, el karma sigue su camino. Esa forma de tratar la enfermedad se eleva en contra de la salud en su totalidad. Sobre todo, se eleva en contra de un amor más grande.

En las enfermedades, podemos observar que ellas representan a personas que han sido excluidas. Estas personas, a través de la enfermedad, piden la palabra. Si les permitimos manifestarse, puede a continuación iniciarse en nuestro interior un movimiento hacia estas personas excluidas. Entonces, la enfermedad cumple con su propósito. Está al servicio de un amor más grande.

A veces, sabemos quiénes son las personas excluidas. Por ejemplo, sabemos si un hijo ha sido dado o si ha sido abortado. A veces, sabemos si alguien en la familia ha sido condenado por ser un criminal, llevando a que nadie más quiera meterse con él. No obstante, él sigue perteneciendo a la familia y se manifiesta en una enfermedad. Por lo tanto, se trata en caso de enfermedad sobre todo de asentir a ella, tal como se presenta. Sólo con este asentimiento, puede la enfermedad empezar el movimiento que incluirá nuevamente a los excluidos.

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Meditación: Sanación a través de otra consciencia
Nos adentramos ahora en nuestro cuerpo y sentimos dónde algo duele, dónde algo perdió su equilibrio, dónde algo dejó de funcionar enteramente, y lo miramos. De cerca, con precisión, siguiendo nuestro sentir. Luego, creamos una distancia entre eso y nosotros, de modo que pueda estar fuera de nosotros, de pie, tumbado o en movimiento.

Con este mayor distanciamiento, nos exponemos a ello. Nos exponemos como personas. Entonces, nos elevamos a una dimensión del espíritu, más allá de ello, y sintonizamos con una consciencia abarcadora. Esta consciencia mira a nuestras enfermedades y a nuestros dolores, los ve en otro contexto y contempla la totalidad con un amor creador. A la luz de este amor, algo sanador se pone en marcha, juntando en su movimiento las partes separadas, para que puedan encontrar la calma y tumbarse para dormir.

Entonces, nos retiramos de aquello que pasó y dejamos que, por si mismo, se ordene.

Regresamos a nuestro cuerpo, en sintonía con estas otras fuerzas y con esta otra consciencia, y decimos: gracias.

La percepción

Dentro del campo, la percepción de los miembros del grupo es reducida.

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En un campo, todos los patrones se repiten, y claro también los patrones de comportamientos humanos, principalmente porque lo excluido o los excluidos excluyen también con toda buena consciencia a aquellos que los excluyeron, de manera que el conflicto entre ellos no es más que un conflicto entre dos buenas consciencias que se oponen. Ambas están restringidas y ambas están en un delirio que les hace creer que podrán finalmente vencer al otro y librarse de él.

Por lo tanto, la rueda del conflicto gira alternadamente de tal manera que los “buenos” de antes se vuelven los “malos” de después, y a la inversa, los “malos” de antes” son los “buenos” de ahora.

Rupert Sheldrake ha observado que un campo sólo puede modificarse cuando un impulso nuevo, originado desde el exterior, lo viene a poner en movimiento. Este impulso es algo espiritual, es decir que llega desde una nueva comprensión. En un principio, el campo se niega a esa comprensión e intenta reprimirla. No obstante, en cuanto un número suficiente grande de miembros del campo es abarcado por esa comprensión nueva, se inicia un movimiento de todo el campo. Se logra abrir a la comprensión. Consigue dejar atrás lo desfasado y actuar de otra forma.

Una comprensión nueva sería, por ejemplo, la percepción de que los conflictos graves tienen su origen en la buena consciencia y que ganan sus energías agresivas de ella.

Otra comprensión se dio a raíz de las constelaciones familiares y su desarrollo en el andar con los movimientos del alma. Se ha visto que, al otorgar suficiente tiempo a los representantes de una constelación y cuando se encuentran centrados, son repentinamente cogidos por un movimiento que se orienta siempre en la misma dirección, y eso sin interferencia de fuera. Este movimiento lleva a juntarse, en un plano superior, a lo que estaba anteriormente separado. De esta manera, estos movimientos del alma nos trasladan a un camino de conocimiento al final del cual los grandes conflictos pierden su fascinación y su sentido.

Estos movimientos sobrepasan las fronteras de la buena consciencia y por lo tanto, las fronteras del grupo propio, re-unifican lo que estaba separado para formar una unidad mayor, que enriquece ambas partes y las hace ir hacia delante.

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La otra consciencia
En el nivel de los movimientos del alma, actúa otra consciencia. A la par de esa consciencia que nos hace sentir culpables o inocentes, existe y se nos hace perceptible aquella consciencia que nos orienta en sintonía con algo más grande, más allá de las fronteras de nuestro grupo y que une, a un nivel superior, lo que se encontraba aquí en oposición. Pero solamente cuando ya hemos recorrido un trecho del camino que nos lleva a sobrepasar los límites de nuestra consciencia habitual. Esta otra consciencia se hace notar a través de la tranquilidad o la intranquilidad, de la serenidad centrada o también de un sentimiento de ausencia de metas, de agitación y de ya-no-saber-nada. Tras de que, si acaso perdemos nuestro recogimiento, acabamos nuevamente bajo la influencia de la buena y mala consciencia. Porque la sintonía significa que estoy con muchos, y finalmente con todos, en sintonía y que no soy enemigo de nadie. En cambio, en el marco de influencia de la buena consciencia, estoy únicamente vinculado a un lado, en conflicto con el otro lado, hasta la voluntad de exterminio.

Entrar en el campo de influencia de la otra consciencia, significa pues que dejamos atrás las imágenes de enemistad. A decir verdad, existe también en ese nivel el conflicto – eso pertenece inevitablemente a todo crecimiento y desarrollo – pero sin imágenes y sin voluntad de exterminio. Y más que todo, sin ímpetu y sin afán.

¿Dónde pues empieza la gran paz? Ahí donde acaba la voluntad de exterminio, cual sea su justificación, y ahí donde el individuo reconoce que no hay humanos mejores y humanos peores. Todos están intrincados a su manera, y por lo tanto atados, ni más ni menos que nosotros. En ese sentido, somos todos iguales.

Cuando lo percibimos y lo reconocemos, cuando realizamos que nuestra consciencia no nos deja libres, podemos encontrarnos mutuamente sin arrogancia. Respetando las fronteras que se nos imponen, podemos echar un ojo por encima de nuestra buena consciencia y andar más allá y encontrarnos en algo más grande. Aquí empieza la gran paz.

El otro amor
El camino hacia esta paz lo va preparando otro amor, un amor que lleva más allá de las fronteras de la buena consciencia. Jesús ha descrito este camino, así como lo dice: “Sed misericordiosos como mi Padre en el cielo. Él deja brillar el sol sobre los buenos y los malos y deja llover sobre los justos y los injustos”.

Ese amor por todos tal como son, es el otro amor, el gran amor, más allá del bien y del mal y más allá de los grandes conflictos.

La comprensión

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He descrito aquí el tema a grandes rasgos y de manera global. Igual que en la vida, estas generalidades no hacen justicia a la plenitud de lo concreto. Vistas de fuera, la guerra y la paz parecen, en su alternancia y su dependencia mutua, como una fatalidad insoslayable. Y lo son mientras los nexos más profundos entre guerra y paz permanecen en la inconsciencia de nuestra propia alma, inaccesibles para lograr una comprensión esencial.

Una comprensión es que cada conflicto grande está destinado a fracasar. ¿Por qué? Porque niega lo que es obvio y porque desplaza hacia fuera lo que sólo tiene solución dentro de nuestra alma.

Con eso, no quiero decir que todos los conflictos se pueden arreglar de esta forma, ni que podemos acomodarnos sin conflictos. Éstos pertenecen inevitablemente al desarrollo de los individuos y de los grupos. No obstante, las comprensiones esenciales permiten solucionar los conflictos de mejor manera, con más discernimiento y con el reconocimiento de las necesidades de cada parte así como los límites que les son determinados para una solución concertada. Al final, toda paz se alcanza a través de una renuncia.

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La paz interior
El individuo vive constantemente un conflicto interno entre sus sentimientos, necesidades y pulsiones. Cada uno de ellos es importante pero sólo pueden prevalecerse y alcanzar su meta en la medida en que se respetan mutuamente y encuentran un acuerdo. Al hacerlo, algo obtienen a la vez que, con miras a la totalidad, deben renunciar a algo. Cuando están en equilibrio entre ellos, nos sentimos buenos y en paz. Pero mientras se mantienen en conflicto, mientras sus límites y sus posibilidades no se han establecido, nos sentimos mal a gusto, quizá también agitados, a veces enfermos y agotados.

La pregunta es: ¿se trata aquí solamente de un conflicto interno o de un conflicto externo trasladado al interior? Pues, se trata de un conflicto tanto interno como externo. Para entender mejor esta combinación entre interior y exterior, me conecto de nuevo con el campo del espíritu.

La paz en un campo del espíritu requiere sine qua non que todos los que le pertenecen estén reconocidos igualmente como pertenecientes al campo. Esto se logra solamente cuando los “buenos” han examinado lo malo y lo peligroso de su propia buena consciencia. Sólo entonces logran sobrepasar los límites de la buena consciencia, aunque sea con un sentimiento de culpa y mala consciencia. Sólo entonces consiguen dar, en este campo, un lugar con los mismos derechos a lo excluido, sobretodo a las personas excluidas.

La gran paz

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El amor
Junto con los conflictos que, en su mayoría, nacen de la buena consciencia y de la voluntad de supervivencia, existe también entre las personas un movimiento de acercamiento mutuo, un anhelo por vincularse y la curiosidad por conocerse de más cerca.

Este movimiento se inicia entre hombre y mujer gracias al amor, cuando ambos pertenecen a familias distintas. Gracias a esa nueva pareja, se acercan las familias y van formando un clan, dentro de cuyos límites reina la paz.

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El intercambio
La otra vía por la que familias distintas se acercan y abandonan su temor frente a otras familias, es el intercambio entre dar y tomar, lo cual brinda ventajas para ambas partes y las vincula más estrechamente entre ellas. A veces, acontece que se juntan para encarar una amenaza desde otros grupos, de modo a asegurar sus chances de supervivencia juntos.

Cuando se necesitan aliados en un conflicto, se juntan las diferentes partes frente a un enemigo común. El intercambio se intensifica gracias a eso, así como la cohesión. Es así como la paz interna es servida por las amenazas exteriores y el enemigo.

La consciencia
Este grupo desarrolla una consciencia común que le permite delimitarse frente a otros grupos. Bajo la influencia de esa consciencia, los pertenecientes al grupo se sienten mejor que los otros y los denigran. Todo lo que sirve el grupo propio y debe ser cumplido como condición para la pertenencia, es recompensado por la consciencia con el sentimiento de ser bueno, incluso de ser el mejor. De esta forma, todo lo que va dirigido en contra de personas fuera del grupo y que sirve los límites y la protección de ese mismo grupo, se verá recompensado y aprobado por la consciencia como algo bueno, incluyendo los sentimientos agresivos, que aumentan la disposición al conflicto y al combate. La paz en el interior y la buena consciencia que la asegura son requisitos para una superación exitosa de los conflictos hacia fuera.

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La impotencia
¿Cómo lograr, pues, la paz entre grupos en conflicto? Habitual y solamente cuando las diferentes partes no dan más y que sus fuerzas se agotan – siempre y cuando sean de potencia similar – y cuando ambas partes comprenden que la continuación del conflicto sólo traerá más pérdidas. Entonces concluyen la paz. Delimitan nuevas fronteras, respetan sus límites respectivos y después de un tiempo inician nuevamente el intercambio entre dar y tomar, llevando quizá luego a una unión como grupo más grande.

El triunfo
Pero ¿qué ocurre cuando un grupo ha vencido y sometido a otro, incluso tal vez ha buscado exterminarlo? Después de su victoria, el grupo ganador pierde su cohesión interna. Con eso, el grupo vencido se hace valer nuevamente. Al triunfar, el grupo vencedor empieza a deshacerse y a decaer.

Bert Hellinger