Me gustaría hablar sobre la felicidad. ¿Dónde comienza la felicidad? Cuando comprendemos lo que significa que nuestro padre y nuestra madre hayan sido uno en el amor y dijesen: “Así será”. ¿Existe algo más grande, existen consecuencias de mayor alcance que mi padre y mi madre con su amor me hayan querido y concebido?
Yo miro a muchas personas y naturalmente también me miré a mí mismo. ¿He realmente comprendido lo que significa que mi madre y mi padre estaban al servicio de una fuerza creativa cuando ellos con su amor me concibieron?
Yo también era un niño que se hacía preguntas sobre estos temas. Entonces mi padre me dio una vez una bofetada –merecida, por cierto- y yo me enojé con él. Después durante 30 años pensé en esa bofetada. Esa era la imagen que yo tenía de mi padre.
Ahora miren dentro de ustedes: ¿Qué imagen tienen ustedes de su madre? ¿Y qué sentimientos se concentran alrededor de esa imagen interior? ¿Cuántas imágenes tienen ustedes en total de su madre? Yo tenía tres imágenes de mi madre. Ninguna de ellas era buena. Con esas imágenes yo me arrogué el derecho de hacerle un reproche, inclusive de sentirme mejor que ella. ¡Pero qué clase de enano soy yo en comparación con mi madre que me dio la vida!
De esa manera muchas personas llevan en su alma tres imágenes de su madre. Mayormente imágenes negativas. ¿Pueden ellos estar plenamente en la vida? ¿Hasta qué punto? ¿Y dónde está su felicidad? ¿Tiene la felicidad una oportunidad?
Meditación: Ver a nuestros padres con otros ojos
Cierren nuevamente los ojos. Voy a hacer una pequeña meditación con ustedes. Comparemos las imágenes interiores que tenemos de nuestra madre con nuestra madre como ella fue en realidad. ¡Todo lo que ella soportó para que nosotros vivamos! El embarazo, nueve meses, siendo consciente de los riesgos que ese embarazo traía consigo. Por supuesto que ella tenía miedo de si todo iba a salir bien. Por ejemplo, en el nacimiento la preocupación de que el niño fuese sano. O tal vez la preocupación de haber tenido que cuidar durante toda la vida a un niño minusválido. Todo esto atravesaba sus pensamientos y a todo con amor le dio su consentimiento en sintonía con un movimiento del espíritu.
Luego entre dolores nacimos nosotros y fuimos su hijo. Junto con nuestro padre nos miró. Ambos se sorprendieron de esa criatura de Dios. Todo estaba allí, nosotros estábamos completos y ellos estaban al servicio de esa vida.
De esa manera, como recién nacidos, miramos a nuestra madre a los ojos y vemos a su lado a nuestro padre. Ambos se miran y dicen: “Nuestro hijo”. En el fondo de su alma ellos saben lo que les ha costado que yo sea su hijo. Cuántos años de preocupaciones, de pensar siempre en lo que nosotros necesitábamos. Cuando teníamos hambre, ellos estaban allí. Cuando teníamos miedo, ellos estaban allí. Cuando estábamos enfermos, ellos estaban allí. Siempre estuvieron allí, durante muchos años.
Ahora comparémoslo con las tres imágenes que tenemos de nuestra madre. ¡Qué ridículo! ¡Qué mezquino! Apartemos entonces todas esas imágenes y miremos a nuestra madre y a nuestro padre con recogimiento, como si estuviésemos frente al mismísimo Dios. Es que él está en ellos, con todo su poder y su amor. Así los tomamos en nuestro corazón, a nuestra madre y nuestro padre, y somos felices.
Con ese amor en el corazón nosotros crecemos, somos competentes, aprendemos a amar -igual que nuestra madre, igual que nuestro padre- y hacemos felices a otros.
Ahora ¿cómo se sienten? ¿Son más felices que antes? O sea, todo amor comienza con los padres. Solamente si se logra el amor a los padres, sobre todo el amor a la madre, se lograrán más tarde todas las otras relaciones.
Bert Hellinger