Hombre y mujer

Para nosotros el mayor misterio de la vida es el hombre y la mujer. Sólo a través de ellos la vida de la humanidad puede continuar. Puede continuar porque en cierto sentido el hombre y la mujer son completamente distintos, tan distintos que un hombre jamás podrá ser una mujer y una mujer jamás podrá ser un hombre. Por el otro lado ellos se atraen mutuamente y consideran al otro como su meta principal, saben que solamente juntos podrán trasmitir la vida que ellos mismos recibieron de un hombre y una mujer a aquellos que seguirán vivos cuando su propia vida se haya cumplido y acabe.
Sus hijos también podrán trasmitir esa vida más allá de la suya propia solamente como hombre y mujer, para que ella los sobreviva. Todo en el hombre se refiere a la mujer como lo muestra nuestra mirada frente a la publicidad cotidiana, y todo en la mujer está al servicio de agradar al hombre para que este la tome como esposa y a través de él se convierta en madre.
Aquí se hace visible una ley que en infinitas variaciones vale para todo lo que vive: Solamente donde se une lo que está separado puede la vida desarrollarse creativamente hacia algo nuevo y hacia una diversidad que le ha sido establecida. Un secreto de cada proceso creativo quedará a la vista y se convertirá en realidad porque en la continuidad de la vida debe interactuar lo que es diferente. En ese proceso no hay repeticiones, todo el tiempo sucede algo nuevo, solamente hay futuro.
Unir lo opuesto, como en este caso las diferentes apariencias del hombre y la mujer y la pulsión de vida que se da en ellos, es una manifestación de aquella fuerza creadora y del espíritu que actúa en ella que nos obliga a reconocer y encontrar el todo en lo opuesto. Aunque solamente sea de forma transitoria, como precisamente sucede con el niño que en sí mismo reúne a ambos padres como hombre y mujer, siempre aparece en la vida una nueva contradicción, otra vez como hombre o mujer.
Los opuestos se hacen visibles aquí y en muchas otras cosas de modos muy diversos. Por ejemplo en los sentimientos de mejor o peor, culpable o inocente y de bueno y malo.
Estos antagonismos actúan en el interior de muchas relaciones de pareja. Ellos agudizan la antítesis hombre y mujer. Ellos sobrecargan el amor del hombre y la mujer y conducen a separaciones que a su vez crean nuevos antagonismos y ponen en marcha un nuevo proceso creativo.
También esas contradicciones confluyen finalmente en aquella oposición creadora de vida del hombre y la mujer. De esa manera ellas también serán superadas. ¿Cómo? Lo aparentemente contradictorio se une sin por ello anular la oposición y de esa manera impulsa la creación y la vida.
¿Particularmente cómo? A través del amor. ¿Qué clase de amor? A través del amor del espíritu creador que engendra las contradicciones, tanto para unirlas como al mismo tiempo volver a establecerlas como contradicciones. Es decir, ese amor que reafirma las contradicciones y las unifica, aceptando ambos lados de modo tal que de ellos surjan nuevas contradicciones para luego poder volver a
superarlas. En sintonía con ese amor creador también le damos nuestro consentimiento a esas contradicciones, las superamos, las volvemos a percibir -aunque con otra forma- y volvemos a superarlas. En sintonía con ese movimiento creador, en la aprobación de la interacción de las contradicciones que mantienen a la vida y al mundo en marcha con nuestro último esfuerzo, en esas contradicciones seremos uno.
Cuando en una relación de pareja las familias de origen pertenecen a religiones diferentes, la mujer debe reconocer que la fe y la religión de su marido tienen el mismo valor que la suya propia. En contrapartida el hombre debe también reconocer que la fe y la religión de su mujer tienen el mismo valor. Pero si lo hacen tendrán una mala conciencia. Por esa razón ellos deberán poder acceder a un plano superior. Sin embargo, con frecuencia se desencadena en la nueva familia una pelea por cuál creencia y cuál sistema de valores posee más fuerza. A menudo uno de los lados toma la conducción, resulta más fuerte que el otro – y entonces se inicia un proceso muy particular.
Los hijos se sienten leales a ambos padres y a ambas familias. Cuando uno de los padres impone su visión del mundo y su creencia, los hijos se alían en secreto con la parte paternal que ha quedado relegada. Ellos lo hacen para mantener la dinámica de su lealtad y el equilibrio del sistema. Por esa razón no existe un triunfo de una parte sobre la otra. Más bien se mantendrá activa por generaciones la tendencia a compensar el desequilibrio – con el resultado de que el perdedor más tarde, en la segunda o tercera generación, vencerá.
Yo me refiero aquí a constataciones que se basan en observaciones propias. Exactamente lo mismo lo pudimos ver aquí. Ellas adquieren una dinámica especial cuando uno de los miembros de la pareja es de ascendencia judía. Queda en evidencia que las raíces judías son más profundas que las cristianas porque el destino de los judíos es mucho más pesado que el de los cristianos, y porque los cristianos cometieron muchas injusticias con los judíos. Estas influencias no pasan desapercibidas. En las familias donde hay creencias mixtas existe la tendencia a encontrar un equilibrio. En estos casos no hay otra solución posible a que ambas familias sean reconocidas como independientes y del mismo valor y como tales sean honradas.

Bert Hellinger

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