Nuestra experiencia del campo es un límite. El campo tiene límites definidos que lo distinguen de otros campos, sobre todo en lo que produce. Del campo que nos pertenece y al que pertenecemos, recibimos el alimento que nos mantiene en vida. Por esto, nos entregamos a él. Lo sembramos y luego cosechamos su fruto, en el momento apropiado.
Para sobrevivir, un campesino cultiva varios campos a la vez, a no ser que se limite a un monocultivo que, al cabo de unos años, le retira el fundamento de su supervivencia.
El campo mórfico
Del mismo modo vivimos en campos mórficos, en varios a la vez, vinculados entre sí, y de los que sacamos la variedad de nuestro alimento sutil.
¿Qué es lo que mantiene nuestros campos mórficos en cohesión? Pues, por una parte es una memoria común, y por otra es una conciencia común. Aquel que desea asegurar su pertenencia a estos campos, debe someterse a algunas reglas fundamentales. Si se aparta de ellas, corre el riesgo de ser excluido de aquellos campos. A la vez, es fácil que un campo se vuelva un monocultivo y, en ese sentido, infértil.
¿Con qué está relacionado este desarrollo? Pues con el que la memoria de un campo determina lo que podemos entender y saber.
Rupert Sheldrake, que en nuestra época se dedicó de la manera más intensiva a los campos, que describió que incluso las leyes que atribuimos a la naturaleza son meramente memorias dentro de un campo, explicó también cuán lejos alcanzan las consecuencias de la memoria común de un campo mórfico.
La primera consecuencia es una interdicción de pensar. Aquel que piensa diferentemente de lo que autoriza esa memoria común, pone en peligro su derecho de pertenecer más adelante a ese campo. ¿Con qué efectos? Sólo tenemos que imaginarnos lo que le pasaría a un campesino si tuviese que abandonar sus campos, hasta ahora fértiles. ¿Adónde puede ir?
¿Acaso existe otro campesino al que se pueda dirigir, para intentar con él disponer nuevamente de los campos de él? ¿O tal vez ese nuevo campesino es lo suficiente generoso como para cederle, durante un tiempo, un campito en el que sembrar nuevos frutos, hasta que su futuro resulte asegurado, más fértil y más abarcador? ¿Acaso puede la memoria del campo aceptar la introducción de una nueva comprensión, así como borrar la anterior? ¿Acaso pueden, pasado un tiempo, algunos miembros del viejo campo interesarse por las nuevas posibilidades? ¿Surge entonces, de esta forma y paso por paso, un nuevo campo mórfico, que va dejando atrás el antiguo? ¿Acaso el antiguo disidente se torna pionero y lleva a muchos otros a una nueva amplitud?
Y sin embargo, aquí también se anuncia algo ya presente en el antiguo campo. Este nuevo campo desarrolla su propia memoria que, a su vez, determina lo que se puede pensar y hacer, a la par de una conciencia distinta. De esta forma, el viejo juego continúa con nuevas reglas.
Bert Hellinger