Dentro del campo, la percepción de los miembros del grupo es reducida.
En un campo, todos los patrones se repiten, y claro también los patrones de comportamientos humanos, principalmente porque lo excluido o los excluidos excluyen también con toda buena consciencia a aquellos que los excluyeron, de manera que el conflicto entre ellos no es más que un conflicto entre dos buenas consciencias que se oponen. Ambas están restringidas y ambas están en un delirio que les hace creer que podrán finalmente vencer al otro y librarse de él.
Por lo tanto, la rueda del conflicto gira alternadamente de tal manera que los “buenos” de antes se vuelven los “malos” de después, y a la inversa, los “malos” de antes” son los “buenos” de ahora.
Rupert Sheldrake ha observado que un campo sólo puede modificarse cuando un impulso nuevo, originado desde el exterior, lo viene a poner en movimiento. Este impulso es algo espiritual, es decir que llega desde una nueva comprensión. En un principio, el campo se niega a esa comprensión e intenta reprimirla. No obstante, en cuanto un número suficiente grande de miembros del campo es abarcado por esa comprensión nueva, se inicia un movimiento de todo el campo. Se logra abrir a la comprensión. Consigue dejar atrás lo desfasado y actuar de otra forma.
Una comprensión nueva sería, por ejemplo, la percepción de que los conflictos graves tienen su origen en la buena consciencia y que ganan sus energías agresivas de ella.
Otra comprensión se dio a raíz de las constelaciones familiares y su desarrollo en el andar con los movimientos del alma. Se ha visto que, al otorgar suficiente tiempo a los representantes de una constelación y cuando se encuentran centrados, son repentinamente cogidos por un movimiento que se orienta siempre en la misma dirección, y eso sin interferencia de fuera. Este movimiento lleva a juntarse, en un plano superior, a lo que estaba anteriormente separado. De esta manera, estos movimientos del alma nos trasladan a un camino de conocimiento al final del cual los grandes conflictos pierden su fascinación y su sentido.
Estos movimientos sobrepasan las fronteras de la buena consciencia y por lo tanto, las fronteras del grupo propio, re-unifican lo que estaba separado para formar una unidad mayor, que enriquece ambas partes y las hace ir hacia delante.
La otra consciencia
En el nivel de los movimientos del alma, actúa otra consciencia. A la par de esa consciencia que nos hace sentir culpables o inocentes, existe y se nos hace perceptible aquella consciencia que nos orienta en sintonía con algo más grande, más allá de las fronteras de nuestro grupo y que une, a un nivel superior, lo que se encontraba aquí en oposición. Pero solamente cuando ya hemos recorrido un trecho del camino que nos lleva a sobrepasar los límites de nuestra consciencia habitual. Esta otra consciencia se hace notar a través de la tranquilidad o la intranquilidad, de la serenidad centrada o también de un sentimiento de ausencia de metas, de agitación y de ya-no-saber-nada. Tras de que, si acaso perdemos nuestro recogimiento, acabamos nuevamente bajo la influencia de la buena y mala consciencia. Porque la sintonía significa que estoy con muchos, y finalmente con todos, en sintonía y que no soy enemigo de nadie. En cambio, en el marco de influencia de la buena consciencia, estoy únicamente vinculado a un lado, en conflicto con el otro lado, hasta la voluntad de exterminio.
Entrar en el campo de influencia de la otra consciencia, significa pues que dejamos atrás las imágenes de enemistad. A decir verdad, existe también en ese nivel el conflicto – eso pertenece inevitablemente a todo crecimiento y desarrollo – pero sin imágenes y sin voluntad de exterminio. Y más que todo, sin ímpetu y sin afán.
¿Dónde pues empieza la gran paz? Ahí donde acaba la voluntad de exterminio, cual sea su justificación, y ahí donde el individuo reconoce que no hay humanos mejores y humanos peores. Todos están intrincados a su manera, y por lo tanto atados, ni más ni menos que nosotros. En ese sentido, somos todos iguales.
Cuando lo percibimos y lo reconocemos, cuando realizamos que nuestra consciencia no nos deja libres, podemos encontrarnos mutuamente sin arrogancia. Respetando las fronteras que se nos imponen, podemos echar un ojo por encima de nuestra buena consciencia y andar más allá y encontrarnos en algo más grande. Aquí empieza la gran paz.
El otro amor
El camino hacia esta paz lo va preparando otro amor, un amor que lleva más allá de las fronteras de la buena consciencia. Jesús ha descrito este camino, así como lo dice: “Sed misericordiosos como mi Padre en el cielo. Él deja brillar el sol sobre los buenos y los malos y deja llover sobre los justos y los injustos”.
Ese amor por todos tal como son, es el otro amor, el gran amor, más allá del bien y del mal y más allá de los grandes conflictos.