Crisis

Una crisis nos avisa: ahora se vuelve peligroso. Nos obliga a la prudencia, la prudencia hacia el exterior cuando se trata de nuestra sobre vivencia.

¿Cómo acabamos en una crisis? Cuando nos hemos propuesto demasiado, cuando hemos querido alcanzar más de lo que las circunstancias y nuestras fuerzas nos permitían. A veces nos golpea, junto con muchos otros, porque nos hemos pasado. Lo contrario acontece también, cuando otros se han propuesto más de la cuenta, y han traspasado sus límites. Entonces, nos acaecen igualmente las consecuencias de su comportamiento, tanto como otros sufren de las nuestras.

A veces, una crisis se extiende a muchos pueblos, como por ejemplo una crisis económica. Tales crisis nos obligan a modificar nuestro pensamiento. Nos intiman: ¡hasta aquí y no más lejos! Nos indican nuestras fronteras y nos obligan a la prudencia. Nos mandan efectuar otras acciones, nos imponen cambios rápidos para escapar de ser arrollados, juntos con los demás. Despiertan fuerzas frescas, exigiendo más de nosotros y dándonos la posibilidad de hacer recortes, que sólo son posibles y aguantables gracias a ellas.

Al superar estas crisis, seguimos adelante con más sabiduría, más perspicacia, más perspectiva, más respeto. Ellas van sujetando juntas las fuerzas que antes se dispersaban, vinculando así aquellas que anteriormente partían cada cual por su propio camino. En este sentido, las crisis vienen para muchos como una bendición, a pesar de su precio alto.

¿Cómo evitar estas crisis? ¿Cómo evitar las pequeñas crisis en nuestro entorno más próximo, en nuestras relaciones?

Primero, gracias al respeto. Respetamos el bien de aquel que nuestro actuar puede tanto servir como dañar. Nos acercamos al resultado que buscamos alcanzar de manera que tanto nuestra integridad como la del otro sea respetada y cuidada. Si con todo, topamos con una crisis, el otro se hará nuestro aliado, ayudándonos a superarla, cargando voluntariamente con su parte, de camino hacia una solución de la crisis.

Generalmente, una crisis se da por la transgresión de los órdenes del amor, por ignorarlos. Por lo tanto, lo que complementa el respetar es la capacidad de reconocer estos órdenes y seguirlos. ¿Cuáles son? Son todos los órdenes del amor. Empiezo aquí con los que mejor conocemos.

El primer orden es el equilibrio entre dar y recibir. Las empresas alcanzan el éxito cuando todos los que logran una ganancia sirven a otros con ella, en primer lugar a los que la han hecho posible con su ayuda y esfuerzo. Aquellos deben recibir su parte de la ganancia.

El segundo orden es la inclusión de aquellos que no fueron honrados o que fueron despojados de su ganancia resultando, de esta manera, excluidos. Es el orden de la totalidad, a la que todos los que la componen y la constituyen, deben pertenecer, siendo reconocidos en lugar de defraudados.

El tercer orden, y en muchos respectos el más decisivo, es la comprensión de que cada miembro de un grupo o de una empresa ocupa un sitio propio del que nadie lo puede echar. Este orden establece quién viene primero y quiénes o qué ocupan el segundo sitio. “Primero” significa literalmente “el primero en el tiempo”. Así, los padres están antes que los hijos, el fundador de una empresa está antes que todos sus colaboradores, el primer producto de una empresa está antes que los que llegan después. En una fusión de empresas, la más antigua y asentada viene antes que la más nueva, inclusive el contexto al que lleva.

Este orden de precedencia vale también dentro de la empresa, en función de la aportación que los individuos realizan. De ahí que la idea conceptual y la planificación vienen en primer lugar. Siguen los colaboradores que la concretizan. Y luego, aquellos a los que sirven. Sólo después, aquellos que ulteriormente se juntan a ella, de una manera u otra.

La infracción de este orden lleva a consecuencias de amplio alcance, pudiendo resultar en una quiebra. La pregunta es: ¿Cómo manejamos estos órdenes en nuestras relaciones? ¿Cómo, gracias a nuestra comprensión, evitar los efectos nefastos?

Para empezar, nos quedamos abajo, sin alzarnos por encima de nada. Respetamos el rango del que está antes que nosotros, sobretodo el rango de nuestros padres.

A continuación, concedemos a cada uno el sitio que le corresponde. Por ejemplo, en una pareja, la igualdad de rango del otro con nosotros. En tercer lugar, nos mantenemos en el intercambio gracias al dar y recibir, de manera a incrementarlo, siempre un poco más. Así, logramos en nuestras relaciones la mayor plenitud posible.

Crisis del amor son crisis de los órdenes. Traemos el orden de vuelta, con respeto, incluso renunciando a algo, renunciando con amor. Permanecemos abajo y a la vez grande, sirviendo y tomando, deferente hacia los iguales, generoso y exigente a la vez. Con amor y aplicando el orden nosotros y con muchos otros, humanamente, con toda comprensión.

Bert Hellinger

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